La Navidad ya es sinónimo de un centro comercial. Comprar y gastar en regalos para los niños, la familia o los amigos. La magia que envuelve a estas fechas tan señaladas ha ido desapareciendo para dar paso al consumismo exacerbado. Hay quienes no quieren verlo, atados al pasado, miles de personas recuerdan la época navideña como los momentos más felices de sus vidas. Padres que han intentado inculcar ese sentimiento un tanto onírico a sus hijos que, a su vez, son individuos nacidos y criados en el seno del derroche. ¿Dónde está la magia y quién la perdió? Fueron todos.
Cuenta la leyenda que hace años, en una época que ya casi ni se recuerda, las tiendas y las compras navideñas eran cosas de pudientes, gente acaudalada con una posición social elevada que les permitía regalar a sus seres queridos y amigos. A día de hoy comprar en occidente es la base de la Navidad, sin importar cuán poco adinerada sean las cuentas bancarias, la realidad es que la mayoría de familias se agobian y machacan por llegar a diciembre con una abultada cartera. La tradición inmaterial ahora es algo de pureza materialista. El sentimiento de amor y cariño que en teoría envuelven a estas fechas no es más que un triste reflejo plasmado en los mensajes publicitarios. Las sonrisas en televisión son análogas a los productos. Por ende, también tendrá que ser tal cual en la realidad ¿no? Es por ello que muchos regresan al hogar tarareando la canción de «vuelve a casa vuelve…» como el famoso turrón que todos han visto a través de una pantalla.
Millones de individuos salen como un rebaño de ovejas a consumir más que el año anterior y menos que el siguiente
Los anuncios son equivalentes a lo navideño, las ofertas de consumo indican que se acerca el solsticio de invierno. Aquí empieza la disyuntiva, la publicidad indica la entrada de estas fechas pero las señala casi un mes antes. A mitad de noviembre empiezan a decorar los centros comerciales, la elevada iluminación en las calles invade la vista y la televisión emite todo el batiburrillo navideño típico de cada año. El mensaje es claro: «Vete a comprar ya que se te hace tarde». Bajo esta premisa millones de individuos salen como un rebaño de ovejas a consumir más que el año anterior y menos que el siguiente. Mientras compran, son ajenos a toda la desgracia mundial: suelo sirio reventado, miles de refugiados viviendo en condiciones paupérrimas a las puertas de Europa y un sin fin de atrocidades que intentan acallar en los informativos.
Entre la basura social tapada con un gran árbol lleno de luces y bolas brillantes, celebró España la llegada de Papá Noel. Este señor, de barba blanca y traje rojo, poco tiene que ver con las tradiciones del país pero es conocido que la globalización tiende a hacer mezcladitos culturales con tal de seguir vendiendo. El ciprés de plástico al más puro estilo americano en el salón de casa o las absurdas figuras de Santa Claus colgando por fuera de la ventana demuestran el patetismo al que han limitado lo navideño.
La noticia más escuchada de hoy será que los tres Reyes Magos de Oriente ya están preparados para su clásica cabalgata. Los niños serán los protagonistas mañana pero solo los que puedan recibir regalos. Aquellas familias que deban preocuparse más por la comida que por un juguete seguro que no acudirán al carnaval invernal que celebran en casi todas las ciudades españolas esta tarde y es que sin billetes no hay ilusión. Los que asistan, apurarán hasta el último segundo la satisfacción de las compras, gastando en las tiendas abiertas hasta las 12 de la noche. No ha habido tiempo de comprar desde noviembre, cuando comenzó el bombardeo publicitario.
Dan igual los demás, si hay dinero para gastar se gasta en uno mismo, en quedar bien con el resto, con un paquete que guarda algún elemento inútil abocado a ser guardado y olvidado. ¿Dónde está la magia de la Navidad? Se perdió. ¿Quién la perdió? La perdimos todos al comparar felicidad y bondad con obsequiar.
Foto: Alistair Redding