El pasado puede convertirse en una sombra alargada que proyectamos hasta hacerla tangible si hay malos recuerdos o deseos no resueltos que perturban las tranquilas aguas de la conciencia. Estas pueden enturbiarse hasta que perdamos la capacidad de ver con claridad el presente y solo podamos observar la negritud causada por un líquido ponzoñoso que, al impedirnos la visión completa de lo que sucede a nuestro alrededor, nos hace adentrarnos a una zona dónde el dolor se repite en bucle. La novela corta Viaje al pasado de Stefan Zweig no gira en torno a este pensamiento, pero lo transmite a través de sus páginas.
Podría resumir este texto de corta duración como la típica trama de novela romántica entre sirviente y señora adinerada que se ve atrapada en las relaciones con su esposo y su repentino joven amor, pero sería faltar a la verdad. Una de las razones son los derroteros que toma la historia, yendo en contra de los pecaminosos anhelos de los protagonistas y dejando al lector con la miel en los labios más de una vez. La razón principal: el dominio del uso de una tercera persona más introspectiva que nos cuenta los acontecimientos desde la perspectiva del joven enamorado.
Aunque ninguno de los personajes posee nombre, Stefan Zweig los dota con una personalidad distinguida y descriptiva a nivel psicológico que recuerda de forma fugaz a las caracterizaciones de Stendhal. Más que nada porque, a diferencia del autor francés, el escritor austriaco parece que trabaja economizando las palabras. Aún así, esta parquedad está cuidada de tal manera que consigue envolvernos en los sucesos y hacernos sentir más que otros con un mayor volumen.
Extraer la originalidad del tópico
Es difícil conseguir que una tema que puede resultar manido para el público por su gran difusión en las obras clásicas de la literatura, el cine o el teatro; alcance a vislumbrar un nuevo sendero que lo lleve a la frescura de la sorpresa. Los múltiples conflictos filosóficos internos del joven, unidos con las descripciones tan características y reflexivas del autor, forman un cóctel en el que son más importante las reflexiones que nos deja que la historia principal en sí, aunque está siempre se mantiene interesante y eso es lo que nos hace avanzar.
Y la magia que sintió en aquellos primeros minutos se convirtió en una gracia natural en las semanas y meses siguientes: con discreción y tacto, y esa mujer le atraía poco a poco, sin que él la sintiese ejercer presión alguna, al círculo íntimo de la vida domestica.
Con todo, es una obra que también trata las miserias de la guerra, pero a un nivel de complejidad mucho menor. En realidad, esta es solo una excusa para presentar el problema que le da continuidad al desarrollo. Sin embargo, eso no significa que su tratamiento sea de mero adorno, pues su intromisión cambiará el curso de los acontecimientos, provocando en el protagonista la sensación que he narrado en el primer párrafo.
Habían llegado telegramas de la costa diciendo que Europa estaba en guerra. Alemania contra Francia. Austria contra Rusia. Él no se lo quería creer; se subió a aquel jamelgo que avanzaba a trompicones y le clavó la espuela con tanta furia que el asustado animal se levantó sobre sus patas traseras…
Una obra corta que posee virtudes propias de una novela larga y que no se queda estancada en la repetición del arquetipo, consiguiendo insuflar aire fresco al género a través de su prodigiosa originalidad. Sin lugar a dudas, un pequeño bocadito con el que se puede estrenar cualquier persona que no conozca aún a Stefan Zweig.