Admiración, sensibilidad y belleza son algunos de los conceptos que evoca el documental La vida a través de una lente, protagonizado por la fotógrafa Annie Leibovitz. La vida está llena de momentos interesantes y la magia inédita sucede cuando eres capaz de retratarlos. De habitar en ellos y sumergirte profundamente en lo que sucede. Compartir el arte que reside en el aire, no en una situación momentáneamente aislada, ni en una pose vacía, sino en el medio, allí donde sucede el intercambio de gestos y de miradas fugaces. En el preciso lugar con la luz adecuada, con la vulnerabilidad a flor de piel y con el alma a disposición de tu trabajo.
Resulta fascinante tener la oportunidad de visualizar tus metas a través de la vida de una persona tan reconocida y a la vez tan cercana. En ningún momento sugiere que es humilde, pero sus trabajos hablan por sí solos, al igual que la foto que le hizo a John Lennon horas antes de su asesinato. No caben párrafos ni explicaciones, sus retratos son capaces de decirlo todo. Al igual que sucede en el periodismo, en el que la materia prima de los plumillas son las personas. Sucede lo mismo con la fotografía. Es necesario y casi un deber involucrarse, ponerse la camiseta y salir a jugar, adentrarse en el territorio que quieres explorar. Conocerlo antes.
Ya decía Kapuściński que era ingrato escribir sobre alguien con quien no has compartido ni siquiera un trozo de tu vida. Pues lo mismo ocurre en este ámbito. Leibovitz se adentra tanto en las situaciones que las hace parte de su existencia. No solo es la autora de obras indescriptibles, sino que las rutinas de las personas que fotografía, se convierten en una parte fundamental de sus vivencias más íntimas. Comparto realmente la percepción de que las mejores fotografías ocurren a tu alrededor, en ese espacio dotado de tu esencia y raíces. No es a dónde te vayas, sino lo que llevas contigo. Annie afirma que, desde pequeña, la máquina fotográfica era un integrante más en su familia.
«La cámara te da licencia para habitar sola en el mundo y fotografiarlo»
Esta simple idea genera una libertad inmensa, los momentos se congelan en el tiempo y logras conectar con millones de personas. Se trata de un poder al igual que la información. Pero creo que su trabajo traspasa los límites banales que se resumen en gozar de una buena reputación y ser aclamada entre iguales. Se evidencia en su sutileza, sus enfoques, sus prioridades al disparar el botón de una cámara. Su éxito no se presenta como una simple época flamante en su trayectoria, sino en una gran pasión con la que sigue siendo constante.
Por su parte, cabe mencionar su capacidad de anteponerse ante los momentos difíciles e impregnarlos de belleza. Quizás su subconsciente guarda los largos viajes en carretera que hizo en su infancia, en los que veía la vida a través de un marco; paisajes, climas, personas, acontecimientos que, por naturales, eternos. El reconocer sus errores y caídas, reencontrarse posterior a dos pérdidas vitales y un camino lleno de drogas. El conectar nuevamente, con su yo más personal y fotográfico, en esa guerra de Sarajevo en el año 1993. Los detalles mínimos en los que fija su mirada constituyen lo único que es esencial.
Uno de los puntos que considero importantes se basa en el hecho de predicar con el ejemplo. No se puede ser un buen profesor de Arte si no eres un artista primero. Debes convertirte en lo que quieres ser a través de tus valores y pasiones, visualizándolo y trabajando por ello. El formarse al tiempo que se abría al mundo de personas que podían enseñarle y aportarle, resultó trascendental en su vida. Explorar el mundo y a la gente por iniciativa propia. Por querer ir a sacar esas fotos, aunque no la hubiesen llamado, por implicarse hasta entablar relaciones íntimas con sus modelos, y por creer en su talento.
Por ser fiel a un propósito. Annie Leibovitz es sinónimo de un camino artístico inconmensurable. Su vida nos inspira y nos trastoca la percepción individual. Nos regala los conceptos que mencionábamos al principio; la admiración, la sensibilidad y la belleza.
