María Milagros Morales tiene 79 años y es analfabeta. Empezó la escuela a la edad de siete en su tierra, La Gomera, pero tuvo que abandonarla a los catorce años porque debía encargarse de trabajar en los cultivos y cuidar del ganado de su familia. Del colegio recuerda que le gustaba leer y lo bien que se le daba el dibujo. Hace tres años que se apuntó en La Escuelita, una actividad que promueve la alfabetización en el Centro de San Matías, en Taco. Gracias a ello ha retomado la lectura y escritura que en un momento de su vida no le permitieron aprender.
La Escuelita nació de la necesidad de las personas que visitaban el Centro de desarrollar habilidades fundamentales como la lectura, la escritura y la memoria. Pues como dice Morales lo que quiere es recordar y dejar las faltas de ortografía atrás.
Candelaria Hernández también acude a la actividad, en su caso dejó los estudios con quince años tras el fallecimiento de su madre. «Con la pena de no poder continuar mis estudios», afirma. Así, comenzó a esa temprana edad a trabajar como empleada de hogar. A raíz de La Escuelita concluyó un ciclo medio de confección y moda y un ciclo superior de vestuario a medida y espectáculo. Ahora se siente realizada por haber cumplido su sueño de estudiar.
Con el tiempo la sociedad ha dejado atrás el analfabetismo severo en el que las personas no son capaces de leer ni escribir como era el caso de María o Candelaria. No obstante se ha desarrollado un analfabetismo funcional que afecta a la población más joven.
Este último término es usado por la UNESCO para definir a aquellas personas que no pueden emprender actividades en las que la alfabetización es necesaria y, por tanto, no se les permite un desarrollo propio y en comunidad. Estos hechos, traducidos a las cifras que aporta el Instituto Canario de Estadística (ISTAC), muestran que existen 53 mil personas analfabetas en las Islas con una notable incidencia en personas a partir de los sesenta años. La otra realidad es que 485 912 personas de dieciséis y más años tienen tan solo sus estudios primarios.
Canarias, con una de las tasas de abandono escolar más altas
David Pérez Jorge, licenciado en Pedagogía por la Universidad de La Laguna, doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación y con un Máster en Competencias Educativas e Intervención con Menores, destaca de esta problemática la falta de recursos de los centros que limita la buena respuesta del alumnado.
Otro factor relevante es la realidad social que viven las familias. Un bajo nivel formativo, cultural o económico, el no disponer de una red informal de apoyo a nivel familiar, la existencia de alguna conducta adictiva, como a sustancias tóxicas, o la existencia de algún problema de salud, son algunos de los factores que limitan el desarrollo o acceso a una formación.
En Canarias se aprecia esta problemática con una de las tasas de abandono más alta de España, cifradas en un 18,2 %, además de una de la tasa de abandono escolar más temprana del país.
«Cada vez más la juventud es más analfabeta funcional»
Pérez Jorge también ve la falta de motivación del alumnado como un factor determinante: «En las pruebas de selectividad el propio alumnado no sabe qué carrera elegir. No tiene proyecto vital profesional hacia el que focalizar su esfuerzo».
El doctor expone, por su propia experiencia como orientador de instituto durante veinte años, cómo el alumnado llega desmotivado a las pruebas de acceso a la universidad: «Te lo dicen claramente: estoy aquí porque me obligan mis padres». Es la otra cara de la moneda en la que aunque se dan los recursos y medios para desarrollar una buena educación, es la propia juventud la que no se plantea su vida profesional.
El profesor habla de la cultura del mínimo esfuerzo en la que se promueve el «todo vale». Así, el desarrollo de actitudes y aptitudes se ve afectado de forma negativa, en especial, como indica el doctor, cuando el alumnado llega a un nivel de estar por estar. «Precisamente hablamos de que cada vez más jóvenes son analfabetos y analfabetas funcionales», asegura.
La exclusión social en Canarias es de un 29,1 %
El bajo nivel sociocultural y formativo se asocia a tener problemas para actuar socialmente, acceder a puestos de trabajo, consolidar y mantener un empleo. Esto aumenta con la tendencia a la cualificación de los puestos de trabajo. Un ejemplo es la profesión de albañil en la que hoy en día se requiere una formación mínima para ejercer la profesión, cuando en la antigüedad esta era prescindible.
José Manuel Díaz González, profesor en el área de Trabajo Social y Servicio Social y que trabaja de primera mano con personas en situación de exclusión social, define la educación como un elemento protector frente a situaciones de vulnerabilidad y pobreza.
En el caso de Canarias los índices, como comenta Juan Manuel Díaz, son preocupantes. Informes como el que ofrece la Fundación Foessa muestran una exclusión social del 29,1 % de la población, entorno a 630 mil personas. Estos datos enfocados a la dimensión de la educación muestran una exclusión del 12 % de la ciudanía canaria.
Las consecuencias, por ende, de una baja o escasa cualificación se traducen en una tendencia a realizar actividades relacionadas con la economía sumergida, actividades precarias que no dan un mínimo de protección y además no proporcionan unos cimientos o bases para que las personas puedan seguir avanzando en la sociedad y que esta pueda funcionar adecuadamente.
En el caso de María y Candelaria y del resto de sus compañeras de La Escuelita, el no haber accedido a estudios les ha condicionado el rumbo de sus vidas. No tuvieron la opción de elegir un futuro profesional y este ha estado definido por el nivel de estudios que habían adquirido. No obstante, la historia de Candelaria es uno de los muchos ejemplos en los que la reinserción es posible, gracias a la cual ahora puede dedicarse a lo que de verdad le gusta: la moda y confección.