El 16 de diciembre de 1970 se cometería lo que ahora conocemos como el primer crimen relacionado oficialmente con una secta en la historia de España. Una vivienda de la calle Jesús de Nazareno, en Santa Cruz de Tenerife, sería el trágico escenario de los hechos acontecidos ese mismo día. Harald y Frank Alexander cometerían una serie de atrocidades que serían consideradas por la prensa como «el crimen del siglo».
La familia estaba compuesta por Harald y Dagmar, además de sus hijas Petra, Marina y Sabine, y su hijo Frank, considerado por su padre como «el profeta de Dios en la Tierra». Los Alexander, procedentes de Hamburgo, llegarían a Tenerife diez meses antes de los hechos en cuestión, instalándose en la capital de la isla e incluso adquiriendo otra propiedad en Los Cristianos.
Los cánticos y rituales que se oían desde el exterior de la vivienda empezaron a despertar sospechas entre los vecinos. Sin embargo, los Alexander seguían intentando aparentar normalidad. Frank incluso llegó a encontrar un trabajo como repartidor, mientras que sus hermanas se encargaban de tareas domésticas, aunque Sabine había conseguido un empleo fuera del domicilio familiar.
Aquella fatídica tarde de diciembre, Frank pensó que su madre estaba teniendo una actitud extraña y desafiante, por lo que decidió que las mujeres de su familia ya no tenían salvación alguna. Así que se dirigió hacia el armario y cogió una percha de madera, con la cual acabaría con la vida de su madre y sus hermanas. Mientras el primogénito las golpeaba con ella ferozmente, Harald se limitó a tocar el acordeón y a recitar unos salmos. Luego de esto, padre e hijo se limitaron a mutilar sus cuerpos inertes y a proceder con el ritual sectario. Sabine no estaba en la vivienda en ese momento ya que se encontraba trabajando, por lo que fue la única superviviente de esta carnicería.
Tras cometer aquellos actos tan atroces, padre e hijo se lavaron y se cambiaron de ropa para después intentar fugarse hacia Hamburgo. Al no tener éxito en esto, ya que habían destrozado los pasaportes de toda la familia como parte del ritual, emprendieron un viaje hacia Los Cristianos con el fin de contactar con el psiquiatra alemán Udo Debolovsky y, como tampoco lo consiguieron, fueron a la propiedad que tenían en la localidad y permanecieron ahí unas horas hasta que acabaron yéndose a una pensión, en donde pasarían toda la noche.
Al día siguiente, se dirigieron hacia La Laguna con el fin de hablar con el jefe de Sabine, el doctor Walter Trenkel, con quien se encontraba en ese momento. Esto si lo lograron así que, en cuanto se encontraron dentro del domicilio del médico, Harald le explicó a su hija lo que habían hecho, a lo que ella le tomó la mano y le respondió : «Estoy segura de que has hecho lo que creías necesario». Horrorizado, Trenkel procedió a llamar al consulado alemán, por lo que la policía apareció el día siguiente para arrestar tanto a Frank como a su padre.
«El juicio del siglo»
Este caso fue uno de los que marcaron un precedente histórico en la prensa canaria. En esta, todo lo ocurrido fue conocido popularmente como «El crimen del siglo», causando un gran impacto y temor en la sociedad del Archipiélago, ya que nadie se esperaba que pudiera suceder nada parecido en las Islas y ni mucho menos un crimen sectario.
Revela incluso que no solo tuvo impacto en la prensa local y nacional, sino que de igual modo tuvo un impacto muy grande en la internacional, llegando en su mayoría a periódicos alemanes o estadounidenses. Sin duda este caso se trata de uno de los más mediáticos en Canarias, ya que hasta el acto procesal que los juzgaría a ambos también sería renombrado como «El juicio del siglo».
La sala de la Audiencia Provincial de Tenerife designada para este juicio estaba a rebosar, pues todo el mundo estaba expectante en ver qué iba a ocurrir con los asesinos. Acudieron periodistas procedentes de muchas partes del mundo para intentar conseguir una imagen homicidas. Con todo esto, a las 10:30 horas de la mañana del 17 de diciembre de 1970 comenzaba el juicio contra Harald y Frank Alexander.
Mientras que el hijo parecía como si estuviera en estado de shock, el padre se mostraba ausente. Los dos se encontraban en estado de catatonia. En el testimonio de los peritos forenses, los doctores Serrano y Velasco Escasi, afirmaron que el progenitor de los Alexander sufría de esquizofrenia mientras que Frank padecía «un contagio psíquico o un trastorno inducido» por lo que, tras esto, se originaron dos disyuntivas: la del fiscal, que pedía la pena de muerte(que en España no fue abolida hasta la Constitución de 1978) para Harald y 20 años de reclusión menor por cada una de las víctimas para Frank, y la de la defensa, que solicitaba el ingreso de ambos en un centro psiquiátrico.
Hasta que la resolución del juicio saliera a la luz, y tras darse por entendidos de la situación mental de los individuos en cuestión, ambos fueron trasladados hasta Tenerife 1 y luego serían llevados hasta el Centro Psiquiátrico Penitenciario de Santa Cruz. Su abogado fue José Gómez, cuyo despacho se encontraba en la Calle la X, cerca de la Plaza Weyler.
El testimonio de Sabine habría sido de vital importancia para la resolución del juicio, a pesar de que nunca llegó a pisar los tribunales ya que nadie la volvió a ver después de la matanza. Según la sentencia del 26 de marzo de 1972, ambos fueron absueltos de los delitos de parricidio y asesinato por «enajenación mental» ya que eran «autores no responsables». Al final, acabó saliendo victoriosa la segunda postura y fueron recluidos en el Sanatorio psiquiátrico de la Cárcel de Carabanchel.
«Los enfermos mentales vivían en condiciones inhumanas»
Enrique González Duro afirma que cuando trabajaba para la Asociación Española de Neuropsiquiatría tuvo que ir a realizar una inspección al Sanatorio psiquiátrico de la Cárcel de Carabanchel y que «a las personas con problemas de salud mental las estaban cuidando quienes estaban presos en la prisión adjunta».
«La mayoría de los enfermos mentales no tenían claro ni quién era su médico, no los veían con casi ninguna frecuencia», asegura González. También manifiesta que era como si los funcionarios que trabajaban en las instalaciones «no hicieran nada» y que «sus tareas eran meramente burocráticas».
«El arcángel San Gabriel me habló en doce tonos distintos», llegó a decirle Harald al doctor Velasco Escasi, que había sido el designado para tratar a los varones de la familia tras ejercer de perito forense en el juicio. Los síntomas de la esquizofrenia del progenitor de los Alexander no remitían, es decir, seguía justificando su crimen y creyendo que había hecho «lo correcto», sin embargo, Frank sí que iba tomando conciencia poco a poco de sus actos aunque esta patología delirante nunca llegó a su fin por completo. Durante su estancia en el centro, ellos se dedicaron principalmente a tareas de jardinería o mantenimiento.
Jakob Lorber fundó la Sociedad Lorber, una secta por la cual la familia Alexander se volvería absorbida en Hamburgo y desencadenaría en los sucesos de aquella tarde de 1970. La secta cree, porque sigue existiendo en Alemania según una fuente anónima, en la existencia de un Dios todopoderoso y perfecto. También piensan que solo unos pocos mortales, los adeptos a esta facción, serían capaces de ascender a la tierra prometida.
Sin embargo, quienes no siguieran las creencias de la Sociedad Lorber, aparte de ser considerados «hijos del diablo», solo podrían obtener la salvación mediante la purgación de sus almas. Según Román Morales, psicólogo y autor de un libro al respecto de este mismo caso, esto era lo que Frank y Harald Alexander creían que estaban haciendo al cometer tales atrocidades contra las mujeres de su familia: «salvarlas».
Esta secta cambió la vida de Harald, quien entró en ella como consecuencia del chantaje de una mujer que había descubierto que le había sido infiel a su esposa. La facción tiene entre sus doctrinas principales la sexualidad, la alimentación, la religión y el concepto de mujer, que se desarrollaban en diversas iglesias repartidas por aquella Hamburgo de los años sesenta. Al entrar acompañado de esa mujer a una de estas iglesias conocería a Georg Rihele, una de las personas que se encargaba de liderar a las personas que pertenecieran a la Sociedad Lorber y hacer que cumplan con los paradigmas del grupo sectario.
Para Rihele, las mujeres eran impuras por naturaleza y, al acoger a Harald en su seno, este comenzó a seguir sus pasos y aplicarlos en su vida familiar. Tanto era así, que ya Dagmar, Marina, Petra y Sabine habían normalizado por completo los dogmas de la secta, incluso Marina llegó a contar todo lo que sucedía en su casa en su colegio como una simple anécdota, lo cual derivó en una investigación policial que no tuvo ningún tipo de éxito.
Harald pensaba que tenía que purificar a las mujeres a su cargo, y tras el nacimiento de su hijo Frank, su delirio le llevó a creer que él era una era «el elegido». El cabeza de familia estaba convencido de que su hijo era un profeta de la Sociedad Lorber, por lo que este pasaría ser el «consentido» de la casa. Se hacía todo lo que su vástago quería que se hiciese, llegando incluso a cometer incesto o el propio asesinato de su madre y sus hermanas, que también fue idea suya. Era una «señal divina» que le decía que ellas ya no tenían salvación, y que tenían que ser purgadas para poder ascender.