Tengo que culturizarme más, ver clásicos del cine, escuchar música de todos los géneros, retomar el gusto por la lectura, practicar con el piano, hacer planes nuevos. Quiero aprender un montón de cosas: cocinar, tejer, pintar. Debería ayudar más en casa, hacer ejercicio, buscar trabajo de verano activamente. Pero qué pereza, mejor empiezo otro día.
La procrastinación es una palabra algo complicada para lo que realmente significa. Acción de aplazar, postergar, retrasar algo, según la RAE. Considerada como la actitud de quienes, en el lenguaje popular, se asocia a la vagancia. Pero detrás de este término se encuentran momentos de ansiedad, estrés, e incluso miedo. Y cómo no, están mayormente relacionados con las generaciones más jóvenes.
«No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy». La expresión por excelencia que intenta remediar la procrastinación. O mejor dicho, la que las personas adultas sueltan para que no se pierda el tiempo con cosas poco productivas, como las redes sociales, los videojuegos, y demás. La generación de cristal nos llaman. La generación que lo ha tenido más fácil, sí. Pero también la que se ve menos capacitada a sí misma para hacer tareas sencillas.
«Las nuevas tecnologías nos han acomodado, pero también nos hacen sentir más inútiles y dependientes de ellas»
«Yo a tu edad, ya trabajaba». Este tipo de expresiones no ayudan y son las que marcan la brecha generacional que existe entre ambas partes. Las nuevas tecnologías nos han acomodado, pero también nos hacen sentir más inútiles y dependientes de ellas. Según la psicología, la procrastinación se aplica al sentimiento de ansiedad ante una tarea pendiente sin tener la fuerza de voluntad para concluirla. Esto viene acompañado por el miedo a afrontarlas y la pereza de realizarlas.
«Si ya sé que no lo voy a lograr, ¿para qué intentarlo?». En algún momento, todo el mundo ha tenido pensamientos así. En los que, por mucho que lo intentemos, vemos que nuestro esfuerzo no da resultado. Sentimientos de que no valemos para esto. Ganas de rendirse y perder el tiempo. Y no va a ser un discurso en el que os diga: ¡basta, hay que espabilar! No, porque yo soy la primera que cuando se cae me cuesta tiempo levantarme. E, incluso, muchas veces, soy incapaz de ponerme yo sola en pie.
A quienes sí digo basta es a los centros educativos que agobian a estudiantes con tantas tareas y exámenes. A las empresas, con sus jornadas de ocho horas diarias haciendo siempre lo mismo. A las nuevas tecnologías, que cada año se reinventan para no caer en lo obsoleto. Cuando es justo eso lo que nos hace falta. Quedarnos un rato en el sitio sin caminar ni correr.
«Hay tiempo de sobra». Debemos ralentizar el reloj que nos han impuesto. Centrarnos en cosas más importantes que estar horas escribiendo o estudiando. Y no digo que dejemos los estudios o dejemos el trabajo. Lo único que pido es la comprensión de las generaciones anteriores, que tuvieron dificultades pero apreciaban los momentos de calma. Porque la procrastinación es un mecanismo de defensa en contra de la inmediatez.