«La pobreza no es una fatalidad, es algo que se puede combatir y vencer»

Ciencias Sociales y Jurídicas

Catedrático en Ciencia Política de la Universidad París VIII, que fuera también europarlamentario y asesor de muchos gobiernos y de organismos multilaterales, Sami Naïr, participó hoy martes 17 de octubre en Campus América para explicar su punto de vista acerca del fenómeno creciente de la desigualdad y las causas que la originan. El afamado politólogo, también columnista asiduo de medios de comunicación como Le Monde o El País, colaboró en este seminario dirigido por el profesor Gustavo Marrero. En el mismo, subrayó que «la pobreza no es una fatalidad, es algo que se puede combatir y vencer».

Ante una sala abarrotada de alumnos y profesores y presidida por el presidente del Gobierno, Fernando Clavijo, el experto se preguntó cómo teniendo en estos momentos el PIB más alto del planeta nos encontramos con un nivel más que preocupante de pobreza. “Se trata de una contradicción estructural, que podría entenderse en los países pobres, donde hay poco recursos y están polarizados, con espacios sociales de enorme cantidad de gente pobre y donde no hay clases medias, pero no en nuestras sociedades”, aseveró.

La ausencia de una política macroeconómica


Naïr destacó que en Europa es pobre y está socialmente excluida la persona que tiene ingresos inferiores al 70, 50 o 40 % del ingreso medio nacional, dependiendo de la variante que se utilice. «La pobreza siempre ha existido y es un fenómeno multifactorial, pero conlleva siempre una dimensión objetiva: la trama compleja de las relaciones sociales y la ausencia de una política macroeconómica para contrarrestarla», explicó.

El politólogo francés dijo que para remediar esta situación, el Estado es la única instancia que representa tanto la seguridad de los ciudadanos como el bien público y que “cuando el Estado no actúa es muy difícil contrarrestar la pobreza”. En este sentido, meniconó que en los últimos treinta o cuarenta años se ha subrayado la idea de que el mercado soluciona los perversos efectos sociales de la función mercantil en la construcción del vínculo social, “cuando resulta que el mercado no puede solucionar la pobreza, porque la reproduce y la amplía”.

El Tratado de Maastrich supuso un gran ajuste estructural para imponer políticas igualitarias para todos los estados de la UE, de tal manera que se propugnaba que no hubiera un déficit superior no superior al 60 %, una inflación no mayor del 3,1 % y una deuda pública que no superara el 60 %. Estos tres criterios de Maastrich, señaló  Sami Naïr, «han servido hasta la fecha como modelo económico para gestionar la política europea». Por tanto, añadió, «la gestión de la economía depende de una institución no estatal, no elegida, y basada en una legitimación cedida por los estados”.

“El neoliberalismo no es la única manera de construir Europa”


Este hecho ha generado un crecimiento de la pobreza de forma imparable, mucho mayor que la que había antes de la década de los 80. “El neoliberalismo no es la única manera de construir Europa”, apuntó Naïr, “porque la idea europea es probablemente la más civilizada, progresista y humana que los europeos hayan tenido en muchos siglos. Nunca había existido ese concepto en el sistema planetario, y los europeos lo consiguieron, eso sí, después de dos guerras mundiales”. Pero la orientación económica que se le ha dado al proyecto es lo que no convence al politólogo: “Uno puede ser muy europeo pero tener otra idea”.

En su opinión, se trata de ir hacia una Europa política, capaz de prever y definir el futuro de las naciones, “no menos, sino más Europa”. Sin embargo, “la desgracia es que las élites políticas son incapaces de llegar a este nivel de conciencia, no quieren una Europa política porque saben que ésta podría cortar los beneficios si no hay compensación social”.

Para el experto, asistimos a una revolución social regresiva, “porque hemos dejado la construcción europea en manos exclusivamente de los dirigentes de la economías. No supimos activar nuestras élites políticas para que dieran una orientación adecuada, y hemos construido una sociedad de riesgo, precaria, con un modelo territorial cada vez más desigual, favoreciendo la expulsión de las clases populares de las ciudades, como si estuviéramos después de la Segunda Guerra Mundial. La revolución que estamos viviendo es de desaparición del bien común, mediante debilitamiento sistemático del Estado y con la privatización de lo público”.

 

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