Thalía Bello es una joven tinerfeña que se adentró desde muy joven en el mundo de la música. Va siempre acompañada de su fiel compañero Iván Machín, su guitarra y su ukelele. Con la ilusión muy alta y algunos proyectos entre manos, ahora es estudiante de Periodismo en la Universidad de La Laguna y componente del grupo de folclore Mararía.
¿Cómo y cuándo empezaste en este mundo? “Recuerdo que desde niña siempre me gustaba el canto y, después de mucha insistencia, me compraron mi primera guitarra cuando, apenas, tenía nueve años. A raíz de ahí, la música fue mi hobby. Con doce o trece años, aproximadamente, empecé a escribir canciones. La primera que compuse fue Papá debido a situaciones críticas que tuvimos con él, ya que estuvo muy enfermo. Me di cuenta de que me gustaba la música y que quería compartirla con los demás”.
«Quería que ellos sintieran lo que yo había sentido»
¿Qué fue lo que te llamó la atención de la música y no de otra rama del arte? “Sé que puede sonar a tópico, pero fue y es como una vía de escape. Además, el contacto con la gente me gusta mucho y ver que ciertas personas se identificaban con aquella canción, como familiares, amigos… Me encantaba. La primera vez que la toqué fue cuando mi padre volvió a casa después de estar mucho tiempo ingresado. En una reunión familiar empecé a tocar y, cuando levanté la mirada, vi que media familia estaba llorando. Eso me hizo darme cuenta de que quería compartirlo con la gente. Quería que ellos sintieran lo que yo había sentido y ellos me transmitieran otras cosas”.
Es decir, que se produce una retroalimentación entre tu público y tú como artista… “Sí, es como un feedback de sentimientos. Parece que no, pero el público también inspira a los artistas, porque aprendes de alguna manera. Muchas veces cuando bajo del escenario, me paro a hablar con la gente. Algunos te dicen directamente qué les gustó de la canción o qué les hizo sentir y hay otras personas que simplemente con la mirada o con los gestos transmiten todo lo que te quieren decir. Y ves en cada uno una historia diferente. Es algo que reconforta”.
También tocas el ukelele, que es muy coqueto, pero la gente no lo suele incorporar. Lo normal es ir a por los clásicos. ¿Qué fue lo que te llevó a aprender a tocarlo? “El ukelele me parece muy económico y tiene mucho juego, en el sentido de que se pueden aprender muchas cosas de él rítmicamente. Incluso, hablando ya de temas de armonía, acordes y demás, también tiene su complejidad. Para una persona que quiera aprender música, el ukelele es ideal, más que un piano, por ejemplo, que es uno de los instrumentos más complejos. El ukelele es fácil de usar y de transportar. Además, tiene un sonido muy particular”.
Sin embargo, es muy poco usual encontrar a gente que lo toque… “Claro, porque mucha gente lo rechaza aquí en Canarias por creer que se introduce para reemplazar al timple. Desde mi punto de vista, lo que hace es enriquecer lo que ya hay en el Archipiélago y en la música del mundo en general. Este instrumento se lleva usando desde Dios sabe cuándo, ¡no solo en las películas de Elvis Presley! Ja, ja, ja…”.
«Suelo basarme en historias reales»
Haciendo referencia a tu faceta de cantautora, recientemente has publicado una canción que se llama A flor de piel. Tras escuchar su letra, se podría resumir una historia romántica del pasado que sigue latente… “Sí, es una historia personal. Por lo general, lo que suelo componer son historias reales que me han pasado o que he visto y he estado presente de forma muy cercana. Aun así, ha habido casos muy concretos en los que a lo mejor en mi mente se ha creado una imagen o me he inspirado en algún libro o película, y me he propuesto escribir una canción sobre esto o lo otro, o me he planteado cómo lo representaría yo”.
¡Y en cuanto a ídolos o referencias musicales, ¿hay algún artista que te inspire a la hora de componer tus canciones? “Para mí sí, en todos los sentidos, tanto en el ámbito rítmico como en letras. Y no me voy muy lejos: Pedro Guerra, de aquí de la Isla, es el ejemplo claro de una fusión entre el folclore canario y bossa nova, jazz y estilos muy exóticos. Da igual si lo escuchas en un concierto o en tu casa: sus letras transmiten una historia, un sentimiento, una idea. También es cierto que en mis inicios me basé mucho en el pop rock de España, sobre todo en Fito y Fitipaldis, que muchas veces tengo ese deje y se me deja ver”.
«Ahora queda la ilusión y no los nervios»
Y los nervios antes y durante la actuación, ¿ya están superados? “En las primeras actuaciones me jugaron muy malas pasadas porque tal vez me salía un gallo, se me iba el ritmo… Aunque es verdad que siempre he tenido las herramientas necesarias para no parar el espectáculo, sino que pase lo que pase sigo adelante. Las manos me temblaban y se me caían las cosas. Ahora lo que queda es la ilusión que vibra por dentro, pero nervios no. A veces me pongo muy eufórica y tengo que controlarme, eso sí”.
¿Recuerdas alguna actuación con especial cariño o alguna anécdota durante tu periodo de actividad musical? “Me han pasado tantas cosas que debería escribir un libro. Encima uno recuerda lo malo, lo bueno no. En ocasiones ha venido gente a pedirme una foto, lo que nunca, y era como: ‘pero si no soy nadie, yo simplemente estoy aquí para mostrar lo que hago’. Pero sí recuerdo una actuación que fue desastrosa, aquello no había por dónde cogerlo”.
«No podía parar la actuación y la gente se empezó a reír»
¿Por qué? «Estaba tocando y vi las caras de las personas con los ojos abiertos como platos, mirándonos fijamente y cuchicheando. Me preguntaba qué estaba pasando. Me fijé en el sonido a ver si se estaba escuchando algo mal y era que detrás mío había una cucaracha enorme subiendo por la pared. Y, claro, yo con la fobia que también les tengo, me quedé pálida. No podía parar la actuación, seguí tocando, la gente se empezó a reír y desde entonces dije: ‘¡más nunca!’. Ja, ja, ja…”.
También participas en conciertos y proyectos diferentes, como el de GamoralArte. ¿Recuerdas alguno con especial cariño o alguna colaboración con alguien que te haya llenado más que otra? “Colaboraciones me gustaría hacer muchas más, pues hemos hecho muy pocas por malas experiencias. Sí es verdad que con Fran Gamora, GamoralArte, hubo una conexión muy especial y él es una persona muy cariñosa y amable, y nos brindó su casa desde el minuto uno. La verdad que lo pasamos genial en la grabación. Nos reímos mucho”.
«Pasamos muchas horas en el estudio, pero jamás me había sentido tan cómoda en una colaboración»
Es decir, que hubo un buen ambiente de trabajo, ¿no? “Evidentemente. Trabajamos muy duro y pasamos muchas horas metidos en el estudio para poder hacer la grabación correctamente, pero jamás me había sentido tan cómoda con un artista en una colaboración. Otras veces he podido compartir escenario con Lucía, Lu Sweeran. No he tenido todavía la oportunidad de sentarme con ella en un estudio. Con ella tengo un sentimiento y una conexión que llena sin apenas conocernos”.
Y sobre proyectos futuros… «Tengo muchas ideas y poco dinero. Nos estamos atreviendo a hacer cosas que antes no habíamos hecho, como tocar en las calles de La Laguna. Como adelanté, queremos hacer más colaboraciones con otros artistas o, incluso, dejar de ser yo sola como Thalía Bello. La idea es unirme a mi compañero como dúo porque llevamos ya tiempo con este proyecto y la verdad es que no me gusta llevarme el mérito sola. Él, obviamente, está haciendo un trabajo enorme que muchas veces no se aprecia. No solo musicalmente, sino también emocionalmente”.
Estudias Periodismo en la Universidad de La Laguna. ¿Cómo lo compaginas con un hobby tan serio? “Ya lo considero mi trabajo. Es complejo, en realidad. Tiene sus ensayos, hay que mirar todo con lupa, qué vas a hacer y qué no. Suele haber un guion pensado para tener un mínimo orden sobre cuándo hacer qué. Incluye el tema de papeleos, pensar en proyectos futuros y prever cosas para fechas concretas e intentar que todo eso salga…”.
«La Universidad te permite más libertad para la organización personal»
Muchas cosas a tener en cuenta, en resumen…“Por supuesto. Los estudios, en el poco tiempo que llevo, los estoy consiguiendo manejar bastante bien. Es cierto que por momentos me agobio porque no solo es la Universidad o mi proyecto, sino que también estoy en un grupo de folclore que se llama Mararía. Con organización se puede conseguir cualquier cosa. Además, el sistema universitario te permite un poco de libertad a la hora de organizarte individualmente”.
¿Cómo fue tu última actuación, la de la pasada semana en el Búho Club? “Sí, con Samuel Socas, GamoralArte y Fran Gutiérrez. A Samuel Socas lo conozco de hace tiempo. Y aunque sigue siendo un niñito para mí, ha evolucionado mucho. Compartir escenario con él y con Fran Gamora, con el que ya habíamos estado previamente, y con Fran, el violinista, fue maravilloso. Desde el primer momento me trataron muy bien, se notó el compañerismo y se podría haber disfrutado aún más, pero no me preocupa porque habrá más ocasiones”.