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Opinión

La injusticia y la indignación vuelven a cebarse, una vez más, con África. Las nefastas condiciones de vida de muchos habitantes, el yugo del terrorismo perpetrado en la mayoría de las naciones, el escaso e insuficiente eco mediático por parte de los medios de comunicación… Todos estos problemas se eclipsan por un fatal descubrimiento que, hasta ahora, se creía en el olvido, o al menos en las sociedades modernas del siglo XXI: la subasta de esclavos.

El epicentro del problema: Libia. Un estado que, en contradicción con el hallazgo, ocupa los primeros puestos en esperanza de vida (77,65 años) y Producto Interior Bruto (nominal y per cápita) del continente. Un esperpento que saca a relucir los instintos más primitivos del ser humano y que no cuenta con ningún tipo de justificación.

La noticia, como no puede ser de otra manera, ha despertado la indignación de la opinión pública mundial. Aunque, si bien es cierto, esta situación se lleva produciendo desde hace varios años, según informa la investigación llevada a cabo por la CNN.

La principal ruta migratoria hacia la tierra de las nuevas oportunidades


El origen de la compraventa de esclavos se fundamenta en el anhelo de miles de inmigrantes, procedentes de todo el continente africano, por viajar a Europa para reconducir sus vidas. Y, precisamente en este contexto, Libia se constituye como la principal ruta migratoria hacia la tierra de nuevas oportunidades. Las Naciones Unidas calculan que, en la actualidad, pueden convivir en el país entre 700.000 y un millón de inmigrantes. No hace falta imaginar la cantidad de esclavos potenciales para entender la magnitud del problema.

El precio actual de la subasta se tasa en torno a 300 y 500 dólares, según documenta la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). En otras palabras, un negocio fácil. Sobre todo, para las mafias que campan a sus anchas en mitad de un estado caótico y de desgobierno absoluto.

Por si no fuera poco, el panorama futuro se antoja aún más complejo para las inmigrantes femeninas. Al igual que cualquier red de trata de mujeres, su destino más previsible se sitúa en el mundo de la prostitución. Esclavas sexuales al servicio del dinero y su caprichoso interés.

Irresponsabilidad, incompetencia y pasividad


Asusta, pero la situación roza el terrorismo institucional. El abandono de la responsabilidad política, la incompetencia de los dirigentes y la pasividad del gobierno libio son los máximos responsables de esta sinrazón. Los que han permitido la llegada, y la posterior consolidación, de los autores de estos crímenes a la humanidad, ahora son incapaces de dar respuesta a lo sucedido.

Mientras tanto, miles de personas siguen conviviendo con la barbarie y el sometimiento de la fuerza en condiciones de vida insufribles. En este sentido, hasta los funcionarios libios han expresado la necesidad de que la comunidad internacional muestre mayor apoyo y consensúe medidas efectivas al respecto. Hasta el momento, el secretario general de las Naciones Unidos ha mostrado su repulsa, sintiéndose “horrorizado” por lo sucedido. Asegura, además, que se perseguirá a los autores por “crímenes contra la humanidad”.

Por tanto, el papel que juega la comunidad internacional es fundamental. Si bien en muchas ocasiones se cuestiona su eficacia, esta vez debe actuar con diligencia para solucionar un problema que no solo envuelve los intereses de unos pocos, sino de toda la humanidad.

La esclavitud, y todo lo que ella conlleva, no tiene hueco en la sociedad moderna. Es inconcebible imaginar, en pleno siglo XXI, los abusos y torturas que tienen que soportar miles de inmigrantes para poder cumplir el sueño que les hizo partir de su tierra natal. La comunidad internacional tiene que demostrar, más que nunca, altura de miras para reconducir la situación.

Una fuerza indiscutible: la opinión pública


En paralelo, millones de ciudadanos ya han mostrado su rechazo ante lo sucedido. Las protestas y los mensajes de apoyo a los ciudadanos libios no han tardado en hacerse esperar, sobre todo a través de la red social Twitter, que canaliza los mensajes de ánimo a través de las etiquetas #stopslavery o #StopEsclavageEnLibye. Del mismo modo, futbolistas centroafricanos como Paul Pogba o Cheick Doukouré, han optado por celebrar sus goles uniendo sus antebrazos, en forma de protesta ante la esclavitud en su continente de origen.

La fuerza de la opinión pública es indiscutible. Ahora es el turno de los responsables en materia internacional. Las distintas organizaciones y comunidades deben idear un itinerario de actuación para todos podamos caminar en una misma dirección. La tolerancia, el respeto y la integridad del ser humano deben prevalecer ante la injusticia y la inmoralidad.

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