Cerraron las puertas, se apagaron las luces y se hizo el silencio. En honor a la fallecida soprano María Orán, la batuta del director musical se levantó a las 19.30 horas para dar comienzo al espectáculo. Ayer, miércoles 14 de marzo, la obra más versionada de Giuseppe Verdi, Don Carlo, protagonizó tres horas de magia musical y artística. Antes de que subiera el telón, una combinación perfecta de instrumentos inundó la sala. Flautas dulces, tubas y violines abrieron paso a la historia del rey Felipe II, de su mujer Isabel de Valois y del príncipe Carlos. Todavía queda una oportunidad para disfrutar de este drama: será el próximo sábado 17 de marzo.
Tras un muro de mármol blanco, descansa el cuerpo del emperador Carlos V. Una gran corona decora la pared. Los cantos fúnebres se apoderan del entorno y, de pronto, aparece el infante Don Carlos. Angustiado, deja caer su ramo de flores ante la tumba de su abuelo, aunque su verdadero tormento tiene nombre y apellido y sigue vivo, muy vivo. Se llama Isabel de Valois y es la mujer a la que ama y con la que estuvo prometido. Sin embargo, ella decidió casarse con su padre, Felipe II. El dolor es palpable: ahora no tiene amada, sino una nueva madre.
Una amistad eterna
El joven despechado no soporta la agonía, por lo que decide contarle a su fiel amigo Rodrigo lo que siente en realidad. El confidente, hablando con la cabeza y no con el corazón, considera que la mejor opción sería olvidar ese amorío prohibido, pero Carlos sabe que no será capaz. Las notas se juntan en el pentagrama y dan lugar a un momento de euforia y solemnidad: el juramento de amistad eterna ha sido sellado.
Flandes resultaría ser el próximo destino del protagonista: allí podría convertirse en el salvador del pueblo flamenco. La milicia procedente de España solo reprime y limita las libertades de los ciudadanos.
En un encuentro privado, el príncipe le suplica a Isabel que interceda por él ante su padre para, así, conseguir el permiso para irse a Francia. La reina acepta la idea y, de hecho, le parece magnífica. Pero, por el contrario, al rey no le hace gracia el plan que su hijo ha tramado. Sin miedo alguno, se alzan las espadas en medio del escenario: por el momento, la sangre no será derramada.
Solo hay una opción: la muerte
Una de las sirvientas de la realeza conoce, casi sin querer, el secreto de Carlos. Rabiosa por no ser ella la que ocupe el corazón del infante, delata la historia de amor de los jóvenes. El rey se muestra desolado y busca consejo en sus creencias religiosas. Llega a una sola conclusión: ¡muerte!
Y sonó el primer disparo. Los espectadores no pudieron evitar saltar en sus asientos. Nadie se lo esperaba, pero Rodrigo cayó al suelo. ¿Por qué? En su chaqueta encontraron unos documentos que evidenciaban que él era quien quería provocar la revolución en Flandes. Ya en los brazos de su amigo, admite que su fallecimiento ha sido dulce y bienvenido: todo ha sido por él y por el bien de un pueblo oprimido.
El odio que predomina sobre el escenario no eclipsa la sonrisa de Jader Bignamini, el director y guía de los músicos entre un pueblo de corcheas y una ciudad de sostenidos y bemoles. El fino palo blanco sube y baja, al igual que la intensidad de las voces que decoran la representación.
La calidad se hace notar y los aplausos mandan
Los amantes se vuelven a ver, elevan sus voces por encima de los aplausos y vítores constantes del público e imploran piedad para ser felices por siempre, para poder disfrutar de lo que les queda de vida cogidos de la mano. Felipe no piensa igual, tiene otros planes: esta vez sí correrá la sangre. O tal vez no. Dios parece haber sido misericordioso con los dos ilusos enamorados.
Tanto el cielo o el paraíso como la fe son misterios que solo serían capaces de describir aquellas personas que ya no viven. De nada sirve plantearse cuestiones sin respuesta o reflexionar sobre asuntos que no tienen un porqué. Lo que sí es evidente es que “¡bravo, bravo!”, “¡maravilloso!”, y “¡soberbio!”, no se grita a pleno pulmón cuando baja el telón de una obra cualquiera: solo las mejores son merecedoras de ello.