‘Urbex’ o la fotografía extrema

Sociedad

El tiempo es limitado. Corre, trepa. Saca la cámara, busca un buen ángulo, dispara. Sigue adelante, no hay tiempo. La policía está al caer. Salta la ventana por la que entró. No pisa ni los clavos, ni los cristales ni la madera podrida. Huye a casa. Abre el portátil. Escoge la foto. La edita, la comparte y, al fin, respira… Él observa como aumenta su número de seguidores, su número de likes. Mientras, se enjuaga las heridas que le dejó profanar un edificio en construcción, una fábrica olvidada o una casa abandonada.

La exploración urbana o urbex es una actividad que consiste en allanar construcciones desatendidas, documentarlo, y publicarlo en redes sociales. “Me encanta la sensación que genera explorar sitios que no conoce la gente, lugares poco concurridos a los que nadie va. Al final, obtengo fotos épicas de las que me siento muy orgulloso”, afirma Jonás Hernández, fotógrafo.

“Me encanta la sensación que genera explorar sitios que no conoce la gente”


La búsqueda de un formato y un estilo “diferente” fue lo que animó a Jorge Hernández a practicar la exploración urbana: “Mi interés comenzó hace casi un año, cuando empecé a dar fotografía en el ciclo que estaba estudiando. Viendo vídeos de exploración urbana en YouTube se me pasó por la cabeza hacer ese tipo de fotos buscando lugares por la Isla”.

Andrés Lorenzo, fotógrafo tinerfeño, expone los beneficios que aporta a la fotografía las características de estos lugares: “La oscuridad, por ejemplo, nos da la oportunidad de aplicar largas exposiciones, pudiendo jugar con bengalas, o haciendo light painting, dando resultados preciosos por el contraste entre los tonos fríos y calientes”.

Peligroso, ilegal y atractivo


El urbex no deja de ser una actividad ilícita. La gran mayoría de las infraestructuras cuenta con sistemas de seguridad que impiden el paso de los curiosos, tales como “vallas o carteles advirtiendo el peligro o prohibiendo el paso, incluso hay lugares donde no hay ningún tipo de obstáculo”, asegura Jorge Hernández, para quien “siempre existe la preocupación de que te puedan pillar y tener un problema, sin embargo, es un riesgo que debes asumir si realmente te gusta”.

El paso del tiempo resta estabilidad a las superficies de las construcciones por las que los fotógrafos caminan. Sacar la mejor foto supone acceder a lugares imposibles, aquellos a los que nadie ha sido capaz de llegar. “En cuanto a accidentes graves no he tenido ninguno. Pero claro que me preocupa, ya que no se puede tratar solo de un hueso roto o un rasguño, sino la muerte, como le ha pasado a otras personas que se dedican a esto”, añade el fotógrafo.

Los exploradores urbanos no son los únicos que sienten atracción por las construcciones abandonadas. También suponen un lugar de refugio para posibles okupas, así como para vándalos, que favorecen el deterioro de las infraestructuras. “A veces el peligro no es por la estructura en sí”, expresa Andrés Lorenzo, “sino por las personas que podemos encontrar ahí. No sabemos ante lo que vamos a estar, ni si de repente nos topamos con algún sujeto peligroso”.

El impacto viral


“En comparación con otras publicaciones mías, estas llaman más la atención a los seguidores, ya que es algo diferente y que no hace todo el mundo”, asevera Jorge Hernández. “También existe el caso de que al popularizarse, muchas personas empiecen en la exploración urbana y al final se acabe viendo como algo normal y no llame tanto la atención como ahora”.

Son muchas las intenciones que los incita a adentrarse, fotografiar, y dar a conocer el lugar. La curiosidad es traicionera, y la admiración ajena, alentadora. Sin embargo, todas ellas ocultan el peligro físico, que no es más que una tentación aun mayor que las anteriores. El arte se cuela entre las grietas de estos templos del recuerdo, que despiertan de su sueño eterno para posar en silencio por última vez.