La llegada de los portugueses a Guinea-Bisáu hizo que la región se convirtiera en uno de los 52 países africanos colonizados tras la Segunda Guerra Mundial. El comercio de esclavos africanos y las secuelas de las guerrillas tras la independencia de 1974 son vestigios en la historia de Daniel. El guineano, que nos insta a ocultar su apellido, llegó a Canarias en el año 2000, poco antes de que el flujo de la inmigración irregular trajera a casi 32 000 inmigrantes a las Islas y el fenómeno se conociera como “la crisis de los cayucos”. Sin embargo su viaje empezó muchos años antes.
Hijo de un padre con alto rango militar que colaboraba con el gobierno portugués, el Daniel de 19 años se vio obligado a huir de su país. Una noche, meses después de la proclamación de la independencia de Guinea-Bisáu, un grupo de asesinos irrumpió en su casa, sacaron a su padre a la fuerza y le asesinaron. “Vi a mi madre llorando… Mi hermano, mi hermana y yo estábamos dentro de casa sin poder hacer nada. Venían con armas y nos amenazaron a todos”, recuerda Daniel con el corazón en un puño.
Cuando comprende que ni él ni su familia están a salvo comienza un nuevo episodio en su vida. Tras esconderse en varios pueblos cercanos a la frontera consiguió llegar a Senegal. Su siguiente destino fue Gambia, donde consiguió un trabajo para poder pagarse un viaje en barco hasta Europa. No fue posible y compró un billete de vuelta a Senegal.
Traslado forzoso
En uno de sus múltiples desplazamientos se vio obligado a volver a Guinea y a adentrarse en la región de Canchungo. Esta isla es conocida por ser el lugar por rigor de compraventa de esclavos y mientras para muchos solo forma parte de la serie Raíces producida por la cadena ABC para él supuso un golpe de realidad: “Me impresionó mucho, lo notaba en mi corazón. Es algo imposible de explicar, no entiendes todo lo que ocurre ahí hasta que lo ves con tus ojos”.
Viajaba y trataba de mantener el contacto con su familia. Asegura que le decían que no volviera: “Si lo hacía me matarían”. Vivió en Senegal dos años y como tampoco fue posible conseguir un navío, viajó a Nuadibú (Mauritania) y en dos semanas tomó la decisión de regresar y esperar a una oportunidad donde ya se había asentado.
Una travesía como polizón
Han pasado 26 años desde que huyó de su hogar, Daniel ya tiene 45 años y al fin tiene la posibilidad de llegar a Europa. Gracias al chivatazo de un amigo se enteró de que había un barco maderero que zarpaba a las cinco de la mañana del puerto de Dakar: “A las 3 de la mañana, cuando los guardas dormían, subimos por las cuerdas que mantenían el barco unido a la tierra”.
Sin comida ni agua, el guineano y un amigo se escondieron durante tres días de la tripulación cubana del maderero. Cuidaban mucho sus horarios y actos para no ser descubiertos: “Esperábamos a la noche, cuando todos dormían, para entrar en la cocina y robar algo de comida”. Asegura que en ningún momento sintió miedo, sabía que habían tenido máximo cuidado para no dejar huellas de su travesía hasta Canarias.
Una vez en tierra
Desembarcaron en Gran Canaria antes de que alguien de la embarcación pudiera darse cuenta. “En Santa Catalina vimos muchos negros durmiendo en cartones y no me gustó, quería volver al barco”, confiesa con amargura. Consideró que España no podía ser muy buen país si dejaba a los inmigrantes vivir en la calle y decidió probar en Holanda, el siguiente punto en la ruta del maderero. Sin embargo tomó la decisión muy tarde y al llegar al puerto acababa de zarpar, había soltado amarras y ya no podían subir.
Estando en Canarias la ayuda que recibía era gracias a las llamadas de sus familiares, pero estas disminuyeron con la muerte de su madre y cesaron cuando su hermana perdió la lucha contra el cáncer de mama: “Solo me lamento de no haber podido enterrarlas”.
17 años tras su llegada a Tenerife ha recibido una nueva llamada pidiéndole que vuelva a Guinea-Bisáu. Su mayor deseo ahora es renovar su pasaporte y regresar a casa: “Quiero volver y conocer a mis sobrinos y si no es posible quedarme ahí, volveré a Tenerife”.