Cámaras por extremidades, chaleco negro, mirada atenta. Un ojo en el visor y miles de historias por contar a través de la lente. Cada fotografía con un mimo especial. Tras más de una década en el fotoperiodismo, Andrés Gutiérrez, siendo la práctica su única maestra, se posiciona como un reconocido profesional en su ámbito. No en vano, fue nombrado este pasado julio fotógrafo del año en el I Certamen fotográfico Cristóbal García. Natural de Venezuela, actualmente trabaja con medios como El Día, La Provincia, Associated Press, Anadolu o Solapix. Además, ha colaborado con otras publicaciones como El País, The Guardian, Le Monde o Libération.
Estos últimos días cubrió la erupción volcánica de La Palma. En Buenos Días Canarias lo describió como un shock, en el que pasó de cubrir un fenómeno volcánico a un drama humano. ¿Cómo recuerda ahora lo ocurrido? «Me pilló aquí, comiendo con mi familia, y en una hora y media me metí dentro de un avión. Al principio estaba tan sorprendido por el espectáculo visual que se me olvidaba lo que viene después. Pero te dura dos o tres horas, hasta que se te baja la emoción de verlo tan de cerca, y empiezas a ver la lava comerse casas. Estás constantemente viendo y escuchando a gente que lo ha perdido todo; yo creo que eso es lo que peor llevamos al estar allí. En mi caso, ya me había olvidado del volcán. Ya teníamos sus fotos escupiendo lava y fuego; es brutal, espectacular, súper alto, bonito, lo que tú quieras. Pero, al final, te quedas cubriendo sus efectos. Los últimos cuatro o cinco días de trabajo estuvieron focalizados en la devastación y los testimonios de las personas».
¿Cómo siente lo que todavía está ocurriendo en La Palma? «Vivirlo a distancia me fastidia enormemente. Me encantaría estar allí y contar lo que sucede en la Isla, porque hay un montón de gente que va a necesitar ayuda. Y eso que todavía no tenemos ni idea de la magnitud. Lo que quieres en esta profesión es intentar transmitir ese caos al país y al mundo y que se den cuenta de lo que está pasando. Ese es nuestro trabajo. Dar a conocer a la opinión pública para que la gente haga cosas».
«Pakistán es un país que siempre he querido conocer. Abrieron una escuela para transexuales y una de boxeo femenino. Quiero traerme algunas historias»
Justo después de la cobertura en La Palma, hoy viajará durante casi un mes rumbo a Pakistán. ¿Cree que el movimiento constante y la inquietud son partes fundamentales para su trabajo? «Sí, tanto para el fotoperiodismo como para el periodismo en general. Tenemos que ser unos culos inquietos, nos tiene que gustar movernos, meternos en sitios complejos… No creo en periodistas que se sientan frente a un ordenador y no salen de ahí, aunque entiendo que hay algunos puestos que van de eso. Pero al final, para tener algo valioso, tienes que mojarte. Si quieres una foto del volcán, vas a tener que meterte ahí, en un sitio del que te van a echar, donde vas a estar tragando ceniza y vas a ver dramas brutales. En mi caso, y en el del fotoperiodismo, hay que intentar que lo que haces tenga un fin. Inquietudes, miles».
¿Qué tipo de trabajo pretende conseguir este mes en Pakistán? «Es un país que siempre he querido conocer. Es más, yo tenía pensado ir antes de lo que ha pasado en Afganistán. Por encima de lo que parece, siendo un país islámico, son bastante más tolerantes de lo que podemos pensar. Es curioso. Por ejemplo, en Islamabad abrieron una escuela para transexuales. En Karachi hay una de boxeo solo para mujeres, para que se defiendan de posibles agresiones. Hay un tipo que está decidido a enseñarles cómo pegar guantazos por si reciben una agresión. ¡En Pakistán, ños, qué interesante! También hay un campo de refugiados desde hace décadas por la guerra con la Unión Soviética en Afganistán, y puede haber un tema allí. Me encantará hacer uno de personas afganas, pero no me quiero volver loco porque, quieras que no, son mis vacaciones. Se trata de hacer algo, pero con filosofía».
¿Cómo va a llevarlo a cabo? ¿De qué medios dispone? «Quiero ir a hacer fotos, conocer la cultura, disfrutar mis vacaciones y traerme algunas historias. En mi caso es complicado porque voy solo. No voy con una infraestructura detrás, ni un medio de comunicación que me proporcione financiación o un fixer. Yo voy a Pakistán y, a partir de ahí, empiezo a tirar del hilito. Sí que tengo algún contactito que me puede ayudar, pero poco más. Por ejemplo, tengo un compañero que es cámara de Salvados, que está en Afganistán. Estaba hablando hace poco con él y me dijo que viajar con el programa es brutal por los contactos. En mi caso no es así».
«Tenemos que darle visibilidad a las injusticias, que lo que hacemos sirva de algo. Para trabajar en esto, es necesario ser buena persona»
Además del viaje que hará a Pakistán, ha hecho coberturas periodísticas en otros países como Irán, Myanmar, Vietnam, India o Turquía. ¿De dónde viene ese interés por Oriente Medio y Asia? «De la sensación de ir a un sitio con una cultura totalmente distinta. Cuando notes que estás en un lugar perdido, donde sabes que nadie te entiende y que tus normas y reglas no funcionan, entonces sentirás que has viajado. Cuando tengas esa sensación, luego te dicen de ir a Alemania y dirás chos, qué dices, ¿Alemania, en serio? Alemania es como el patio de mi casa. Yo he viajado por Europa y Sudamérica, pero allí tienen nuestros modos de Occidente. La primera vez que fui a la India, solo, en 2010, llegué a Bombay y me sentí como en la Luna. Esa sensación es la que busco repetir todos los años».
También ha estado durante meses cubriendo con profundidad la inmigración africana en Canarias. ¿Cómo vivió ese drama humano y cómo se implicó en él? «Mis imágenes tienen que contar historias que, de alguna forma, ayuden. Cuando puedo elegir implicarme más en un tema, voy con eso en la cabeza. Con la inmigración pasó. Tenemos que darle visibilidad a toda esa injusticia que ocurre aquí, en el primer mundo, y eso hicimos. Además, yo soy inmigrante. Vine huyendo de Venezuela, en 2001, aunque en mejores condiciones; más bien, me trajeron. Desde luego, no es nada comparable. Llegas, aunque sea hablando el mismo idioma y teniendo el mismo tono de piel, y es una putada. Imagínate quienes hablan otra cosa y tienen otro color de piel. No dudé en ningún momento en implicarme todo lo que pudiera en contar sus historias. Y creo que, en general, hicimos un buen trabajo. Lo poquitito que pudo cambiar a mejor, igual fue gracias a darle tanta visibilidad porque, seguramente, si no hubieran estado ahí tantas cámaras y periodistas, un montón de personas que han podido viajar seguirían en la misma situación».
Su trabajo fotográfico va acompañado del compromiso social. Suele documentar protestas muy diversas: estudiantiles, contra los desahucios, prosaharauis, por los derechos LGBTIQ+, etc. ¿Se trata de un asunto de principios morales o de un sentimiento de deber social por estar ahí para contar? «Creo que son las dos cosas. El fotoperiodismo tiene que ser una mano que ayuda. Necesito sentir que sirvo para algo y que mi trabajo sirve. Debe tener un fin productivo y no contar solo tonterías. Por eso, aunque lo respeto, y es solo mi punto de vista, el periodismo deportivo me parece cutre. Además, creo que para trabajar en esto y ser buen fotoperiodista es necesario ser buena persona y tener sensibilidad con quienes lo necesitan. Y las buenas personas quieren ayudar, independientemente de que tengas una cámara o un caldero de sopa».
«Falta cultura y sensibilidad de lo importante que es documentar eventos. Nuestras fotos quedan para las futuras generaciones»
¿Qué destacaría de su trabajo durante los momentos más intensos de la pandemia por la Covid-19? «Queríamos enseñar el drama que estaba sucediendo en los hospitales, pero no nos dejaban. No nos dejaron hasta 240 y pico días después del Estado de Alarma. Lo que destacaría, no solo de mí, sino de mis compañeras y compañeros, son las ganas de enfrentarnos a algo que no conocíamos. En esos primeros días de confinamiento, andando solo, te cruzabas con un compañero y no sabías qué hacer. Lo toco, me acerco, hago así con la mano… dudas. Ante esas dudas nos enfrentamos, les echamos cara, entereza y valentía. No sabíamos si íbamos a llegar a casa y contagiar a nuestras familias. Pero las ganas de trabajar bien y de contar lo que pasaba son superiores a eso. Le echamos valentía ante una situación que desconocíamos, eso destacaría».
A la hora de acceder a ciertos lugares, es habitual tener problemas con las fuerzas de seguridad, quienes despejan las zonas y hacen que tengan que saltarse restricciones para poder fotografiar. ¿Cómo se puede trabajar así? «No solo las fuerzas de seguridad del Estado, Policía y demás; en general, lo que suelen hacer es bloquearnos todo el tiempo, de forma automática, en todos los momentos de crisis. Sea riesgoso o no. Yo entiendo que en la profesión hay mucho pesado que viene a molestar, y que es más sencillo cortar a toda la prensa por cómo actúa una persona. Eso es más fácil que seleccionar. Solo te dejan pasar cuando eres muy colega de quien está en el control o, de forma puntual, si conoces al jefe jefazo. No hay otra forma de hacerlo, es a base de picaresca».
¿Habría que crear protocolos para que periodistas y fotoperiodistas puedan hacer su trabajo en momentos y lugares de crisis? «Es importantísimo. Si hubiera gabinetes especializados en gestionar a la prensa en momentos de crisis, sería ideal. Si hicieran eso, no tendríamos que estar colándonos y molestando, sabrían dónde estamos en todo momento. O, por lo menos, debería existir una cultura de lo importante que es documentar los eventos. Con el coronavirus, los equipos de enfermería estuvieron luchando, dejándose la piel para salvar a un montón de gente. Y nadie lo vio. Ya después nos dejaron entrar, pero si no, nadie lo hubiera visto. Todos esos documentos se quedan para las generaciones que vienen, y van a buscar fotos y vídeos hechos por profesionales. Con el volcán es igual. No falta solo un protocolo de actuación; falta cultura y sensibilidad de lo importante que es documentar. Es historia. Como hace la Casa Real, habría que acreditar a ciertos medios y periodistas, y no dejar entrar a cualquiera. Que den acreditaciones a los medios que son responsables. Y, si se usan mal, te las quitan y no entras en tu vida a cubrir un incendio ni a ninguna parte».