La aceleración del proceso de digitalización provocada por la pandemia ha aumentado la brecha digital ya existente. Gestiones en el banco, distintos trámites e, incluso, actividades de ocio como escanear el QR en la carta de un restaurante necesitan un rápido aprendizaje tecnológico. Las personas consideradas nativas digitales no tienen mayor problema, pero ¿qué sucede con aquellas que apenas tienen conocimientos previos? La sociedad avanza y no se para por nadie.
Carlos San Juan, precursor de la campaña Soy mayor, no idiota, ha creado un movimiento viral para exigir un trato más humano en las entidades bancarias y denunciar que todo se haga por Internet. «Algunos cajeros son complicados de usar y nadie resuelve tus dudas, hay gestiones que solo se pueden hacer online… Hay que pedir cita previa pero llamas y nadie lo coge… Y te acaban redirigiendo a una aplicación que no sabemos manejar», escribe en su petición de change.org.
La propuesta ha superado las 600 000 firmas y ha logrado que el Banco Santander, el BBVA y otras asociaciones amplíen sus horarios de atención. Ha conseguido incluso que la proposición se traslade al Congreso. Carlos San Juan no representa únicamente a su generación, gran parte de España ha mostrado su apoyo a la Campaña y aplaude este tipo de iniciativas porque, en muchos casos, los procesos digitales son incomprensibles para cualquier rango de edad sin ayudas externas.
Disminuir el riesgo de marginación con programas de formación y talleres
Bárbara Pérez lleva tres años asistiendo al Centro de Estancia Diurna de Cáritas como usuaria. Ella está a favor del avance tecnológico, siempre y cuando pueda contar con personas que le ayuden y orienten durante el proceso. De lo contrario, estará condenada a tener que depender de su familia para que realicen cualquier trámite por ella. «Para mi es complicado si no me lo enseñan antes, y soy de las que comprende bien las cosas todavía», afirma.
En centros como este de Las Nieves la ayuda que ofrecen es limitada. No cuentan con los recursos necesarios para incluir actividades que logren disminuir la brecha digital. Vicky Hernández, responsable del Programa de Mayores de Cáritas, comenta que la media de edad de las personas que participan en estas actividades es de ochenta años y, por tanto, están muy lejos de la tecnología. La mayoría tampoco tienen ningún interés. Quienes sí quieren aprender, como Bárbara Pérez, se encuentran con que son pocas las iniciativas que incluyan actividades relacionadas con la tecnología.
«Se sienten inútiles y, de alguna forma, sus derechos están siendo vulnerados», argumenta la responsable del programa. Muchas veces, la tecnología va más rápido de lo que la gran mayoría es capaz de aprender. Las personas mayores que sufren deterioros cognitivos son las que más riesgo corren de quedarse aisladas. Por capacidad, no pueden llegar a completar diferentes procesos, pero tampoco cuentan con ninguna facilidad.
Cruz Roja es también una entidad comprometida con la inclusión de mayores. En gran parte de su programas intentan incluir, de una forma u otra, algún tipo de servicio que ayude a frenar la brecha digital en la que la mayoría de personas usuarias están inmersas por cuestiones de edad. El proyecto Red Social para Personas Mayores Enrédate incluye entre sus actividades diferentes talleres para aprender a manejar el móvil y realizar trámites online con el objetivo de dotar a quienes participen de nuevas herramientas que les permitan integrarse en la sociedad.
Arantxa Castaña, técnica del proyecto Enrédate, subraya que «fue a raíz de la pandemia cuando nos dimos cuenta que las personas mayores no disponían de la tecnología ni los medios suficientes, podían tener un smartphone o un ordenador en casa pero no sabían hacer uso de estos». Castaña considera que hubo una gran mejora en quienes participaron en los talleres, logrando adquirir nuevas herramientas que consideraban imposibles.
En España, más de 500 000 personas son analfabetas
Hoy, en su mayoría, las personas analfabetas tienen más de sesenta años. Por suerte, la tasa que mide qué parte de la población no sabe leer ni escribir disminuye año a año en España, fundamentalmente porque las generaciones que no tuvieron acceso a formación básica han ido falleciendo. El analfabetismo afecta a personas mayores en cualquier tarea cotidiana, desde firmar un papel hasta ojear una revista, pero sobre todo dificulta el aprendizaje digital.
En la actualidad, ni siquiera es necesario no tener estudios para formar parte de un nuevo fenómeno: el analfabetismo digital. Aunque las personas mayores que no saben leer son las más propensas a estar en ese grupo. Manejar un smartphone, aceptar las cookies de cualquier página o leer un periódico digital se convierten en tareas imposibles para quienes no pueden comprender un texto escrito. De por sí cualquier mayor se enfrenta a numerosas dificultades para adquirir herramientas digitales o para aprender a manejar las nuevas tecnologías, pero quienes no cuenta con este tipo de conocimientos básicos tienen un destino claro: la exclusión.
No es un problema solo de la tercera edad
La Cámara de Comercio de Santa Cruz de Tenerife gestiona un programa destinado a mayores de 45 años y financiado por el Cabildo de Tenerife y el Fondo Social Europeo. El objetivo del proyecto es dotar a las personas usuarias de formación digital, de cara a encontrar un empleo. Su profesora, Laura Pérez, considera que hay profesiones en las que es necesario conocer ciertas herramientas digitales porque, en muchos casos, prima antes el saber usarlas de forma correcta que la experiencia.
Para Amaia Cerejido, alumna de los cursos de formación digital del programa 45+, la digitalización está siendo una forma de discriminación novedosa. «Me parece muy bien avanzar, pero avancemos teniendo en cuenta a todo el mundo», añade. La sensación general de quienes asisten a estas clases es de inutilidad, pues la brecha generacional no solo es aplicable a la tercera edad, a la hora de encontrar trabajo también sufren las consecuencias de no haber nacido con un móvil o un ordenador entre sus manos.
Según el Plan Nacional de Competencias Digitales, el 43 % de la población española no tiene conocimientos básicos de informática. Amaia Cerejido subraya que «pese a que existe un paradigma que nos obliga a ir con los tiempos para no quedarnos atrás, por ejemplo, a nivel administrativo no se nos da ninguna facilidad porque no hay una transición lógica de todo cambio». Gabriel Bermejo, también alumno del programa, ve la digitalización como una forma de progreso para las empresas y se siente motivado a adquirir las competencias necesarias para sumarse a este avance.
Sebastián Gutiérrez, usuario del programa 45+, ha tenido que aprender a la fuerza y eso ha provocado que ahora tenga miedo. Apela a las empresas para que sean la principal vía de formación y desarrollo. «Una de las causas por las que me despidieron de mi trabajo de ocho años fue el rápido avance de la tecnología, todo se volvió digital», comenta. No solo en el entorno laboral, sino para cualquier situación de la vida es fundamental involucrarse en el proceso de digitalización. Por ello, otro alumno concluye diciendo que «ahora, en casa, necesitamos como mínimo agua, luz e Internet».
Edadismo, una de las formas de discriminación más común
Los estereotipos y prejuicios existentes en relación a la edad son algunas de las formas en las que se presenta el edadismo. La digitalización ha traído muchísimas mejoras a la sociedad y ha logrado grandes avances, pero también es una de las principales formas de discriminación a las personas mayores. La competencia feroz por incorporar las últimas tecnologías ha traído a colación la frase: Avanzar o morir en el intento. Y gran parte de la población mayor, incapaz de progresar a este ritmo, no tiene más remedio que resignarse a la segunda opción.
El único camino para intentar frenar la brecha es invertir en formación. Muchos de los programas para mayores cuentan con algún taller o actividad que trata de manera colateral el aprendizaje de competencias digitales, pero son pocos los que se centran por completo en evitar que la tecnología siga siendo un factor de exclusión social. Gran parte de las asociaciones no cuentan con los recursos necesarios para llevar a cabo proyectos de tal envergadura.
Las generaciones más próximas a la tercera edad observan con miedo el futuro que les depara, temen que la tecnología avance más rápido que su capacidad de aprendizaje. Por ello, es fundamental incluir en el proceso de digitalización a todos los grupos de edad, formar desde las empresas e invertir en profesionales que instruyan a las personas mayores y las acompañen durante los distintos trámites.