Es 1973. El Mundo está polarizado: está en plena Guerra Fría. Estados Unidos retira sus últimas tropas de Vietnam; The Dark Side of the Moon de la banda Pink Floyd ve la luz; el cantautor Víctor Jara es asesinado brutalmente a manos del Régimen Militar chileno; el Frente Polisario se alza en el Sáhara Occidental y, para finales del mismo año, una bomba de ETA termina con el nombrado sucesor de Franco, Carrero Blanco. Son tiempos convulsos para todo el Mundo. En medio del caos, un joven bonaerense compone el disco que cambiaría toda la música hispanoamericana.
Luis Alberto Spinetta, apodado Flaco, es una de las razones por las que el país trasandino destaca culturalmente. Su nacimiento determinó el Día Nacional del Músico y su extenso catálogo, que comenzó con tan solo diecisiete años en Almendra y continuó durante toda su vida con diversas formaciones como Pescado Rabioso, Invisible, Jade y Los Socios del Desierto.
Spinetta ha atravesado fronteras y se ha consagrado como objeto de culto, ganándose un asiento en el olimpo de artistas de su nación junto a Charly García, Gustavo Cerati, Andrés Calamaro o Fito Páez.
Artaud, su obra culmen, cumple este mes de octubre su quincuagésimo aniversario. El elepé se ha consagrado como uno de los mayores hitos de la cultura popular latinoamericana, tanto por su innovación estética como por su exploración armónica y lírica. Las canciones representan, aún a día de hoy, el alegato de una juventud emancipada de las opresiones dictatoriales.
De Almendra a Pescado, de Pescado a Artaud
No fueron pocas las personas a las que el nacimiento del rocanrol dejaba huella en su juventud. La popularización de los nuevos sonidos estadounidenses marcaban tendencia allá donde llegaban. Chuck Berry, Buddy Holly y Elvis Presley eran el modelo a seguir por toda la ola musical posterior, que se vería imbuida en la masificación cultural de los años sesenta, es decir, el movimiento hippie.
De este modo fue definida la dirección artística de Almendra, la primera banda de Spinetta, que no tardó en tener éxito. Fue la pionera del empleo del castellano en el género e introduciéndolo en el país.
Después de Almendra vendría Pescado Rabioso en 1971, que no abandonaría la línea reflexiva, pero se volcaría en el rock duro. Desfilando entre sus filas músicos de amplio bagaje como Black Amaya (de Pappo’s Blues), Carlos Cutaia (quien compondría años después La Máquina de Hacer Pájaros), David Lebón (también proveniente de Pappo’s y futuro Serú Girán) y Osvaldo Frascino.
Tras la salida de sus dos álbumes homónimos, discusiones internas provocaron el distanciamiento progresivo de los integrantes. Sin embargo, razones contractuales exigían sacar un disco más. Por lo que, para sellar el cierre de la marca Pescado, Luis Alberto acudió a su hermano Gustavo y a dos de sus antiguos compañeros en Almendra, Emilio del Guercio y Rodolfo García.
‘Mira al pájaro, se muere en su jaula’
El repertorio, que prácticamente en su totalidad se ha convertido en clásicos de la obra del Flaco, abre con Todas las hojas son del viento, un folk al embarazo de la expareja del cantante, que dudaba si tener o no al infante, fue la musa de Muchacha (ojos de papel) y Blues de Cris, dos grandes hits cosechados en sus anteriores grupos. Spinetta consideró que la mujer era «una hoja en el viento», por lo que la aconseja con los siguientes versos: «Hoy que un hijo hiciste / cambia ya tu mente / cuídalo de drogas / nunca lo reprimas».
La segunda pista, Cementerio Club, es un blues lento en el que se entrevén reminiscencias jazzísticas. Contiene el solo indiscutiblemente más emblemático del rock latino, que construye toda la identidad de la canción. Gustavo Cerati, de Soda Stereo, lo tomaría prestado para la emotiva pieza Té para tres de su MTV Unplugged. La letra traza la muerte interior de un yo poético al no ser correspondido por «la nena». La voz protagonista se ve inducida en un aletargamiento y se siente detestada para, finalmente, sentir calidez en su ausencia, dado lo fría que fue: «Qué calor hará sin vos en verano».
Por quizá sea el tema más abstracto y surreal de la lista que, junto a una guitarra de doce cuerdas, se vale únicamente de sustantivos que encajan en la métrica, el tan empleado juego surrealista del cadáver exquisito. Reflexionando así en torno a la capacidad de las palabras para las dinámicas líricas. Otra lectura de la canción sugiere una descripción de la sexualidad como un acceso a la conexión con el otro, aunque la letra da juego a numerosas interpretaciones.
Superchería, intercalando un vals y un swing, ubica su centro en la superstición religiosa y la sustitución de toda entidad positiva en el sujeto por culpa, sufrimiento y expectación: «Siempre llorar, nunca reír / Eso es lo que mata tu amor / Lo mismo da morir y amar».
La sed verdadera suma un acústico más que apela al oyente, «sé muy bien que has oído hablar de mí», como aquel que no debe valerse únicamente de la visión del autor, «Lo que te pedí / nada salió de vos», para la exploración del mundo propio, sino que debe construirse a sí mismo.
Resulta imposible resumir la temática de Cantata de puentes amarillos al tratarse de una suite acústica de larga duración. Spinetta incorporó elementos poéticos de las cartas del pintor holandés Van Gogh, «mira al pájaro, se muere en su jaula», al inspirarse en su cuadro Puente Langlois en Arles y leer el ensayo del artista, El suicidado por la sociedad de A. Artaud. La influencia del escritor y el surrealismo vuelve a reforzarse, «monos, nidos, platos de café», unificando la realidad en la comunión de lo onírico con lo exterior. Así como teniendo la libertad presente a lo largo de toda la canción.
Bajan es, diferencialmente, el himno del repertorio. Es un rock limpio y sencillo que comienza con un ostinato semejante a un country. Hace oda a la tranquilidad a la hora de proceder, «qué bien te ves cuando en tus ojos no importan si las horas bajan», en detrimento del aceleramiento propio de la sociedad posindustrial. El ya mencionado Cerati versionó este tema, lo que acercó al Flaco a su propio público.
A Starosta, el idiota dialoga con el ingenuo interior de cada cual y arrastra hasta la sátira la autoimagen, que debe ser comprendida para alejarse de ella: «¡Vámonos de aquí!». Sonoramente, el interés se remonta al interludio, donde se aprecian pianos tocados aleatoriamente y guitarras en reverso. En la lejanía, se escucha el She loves you de Beatles, que es abruptamente interrumpido por el lloro de una mujer y da comienzo a la segunda sección y final.
Las habladurías del mundo cierra la obra con un rock de ritmos ciertamente latinos. Se rechaza donde se rechaza la opinión ajena sobre las relaciones íntimas, «Mientras oigo trinos, voces, oigo más / Son aquellos los dioses que nos escuchaban, nena». Por otro lado, se admite la vulnerabilidad cuando la entrega es total: «Toda la ternura me darás si te ofrezco ser carne de tu cuerpo».
«¿Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opuestos de la muerte?»
La portada del álbum tampoco deja indiferente. El Flaco optó por distar de la fórmula convencional de diseño de fundas de vinilos, cuadradas equiláteras, y apostó por encargar al diseñador Juan Gatti una carátula irregular de ocho lados verde y amarilla, con un pequeño retrato de Antonin Artaud esquinado.
Se ha especulado si se trataba de la forma de un pez, una estrella, una hoja o un paralelepípedo. También podría rememorar la teoría platónica de las formas, donde estas son las que permiten explicar el mundo de los sentidos, mientras que, en apoyo de este concepto, la irregularidad alejaría al objeto de lo esperable y por lo tanto de lo funcional, evocando la unicidad. Sin embargo, todo es incierto.
Junto al disco, el argentino rescató el extracto de una carta del dramaturgo a Jean Paulhan que reza: «¿Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opuestos de la muerte, el verde, para la resurrección y el amarillo para la descomposición y la decadencia?».
Artaud representa un relato que no ha de quedar extinto. El replanteo de las fórmulas tradicionales de la música popular a través de la inducción de otras artes, la concreción de las emociones más abstractas y el desistimiento de la repetición. La búsqueda de la innovación por otros modos de expresión que circunvalan los límites del propio lenguaje. Otro lenguaje que todavía, cincuenta años después, debe seguir hablándose.