Harvey Weinstein, un productor cinematográfico con más de 300 nominaciones a los Premios Oscar a sus espaldas, recibió en octubre de 2017 docenas de denuncias de acoso y abuso sexual. Las acusaciones no cesaron entonces pues, en los meses posteriores, más de 80 mujeres denunciaron casos similares a los descritos por las primeras actrices. Se inició a partir de aquí el conocido movimiento del #MeToo que, más de dos años después, ha terminado tumbando a algunas de las figuras más poderosas de la industria del cine.
El caso de Harvey Weinstein fue el primero que recibió este impacto por parte del público, pero no el último. Como piezas de dominó, uno por uno fueron cayendo muchos de los pilares de la industria que parecían intocables. Kevin Spacey, Ben y Casey Affleck o James Franco son solo algunos de los nombres que, en estos dos años, se han sumado a la lista de artistas de Hollywood denunciados por acoso o abuso sexual.
Sin embargo, a lo que más deben temer estas personas no es a la amenaza judicial sino a la respuesta del público. Que se lo digan a Woody Allen, quien a día de hoy solo ve trabas para poder sacar adelante nuevas películas pese a haber sido declarado inocente en el juicio en el que su exmujer, Mia Farrow, le acusó de haber abusado sexualmente de su hija adoptiva. Roman Polanski es otro director que hoy está recibiendo las consecuencias que no sufrió cuando fue denunciado por violación hace años.
El público ya no hace oídos sordos a lo que ocurre detrás de las cámaras. Las productoras que aún se atreven a contratar a alguno de los miembros de esta extensa lista, que no hace más que crecer, son testigos de la gran caída de audiencia en sus películas. Y esto trae una nueva cuestión a la palestra.
«Es muy válido y respetable no ver una película de una persona denunciada por abuso sexual»
¿Es lícito consumir y disfrutar de estas películas? Una parte del público responderá de inmediato que no, que el hecho de que un violador haya estado inmerso en la realización de la película hace que no puedan centrarse en el contenido del filme sin que les venga esa cuestión a la cabeza. Otra parte correrá a esconder sus DVD de Annie Hall y La semilla del diablo bajo llave para que no se les tache de defensores de sus películas. Y una tercera parte seguirá consumiendo y disfrutando sin temores de estos títulos defendiendo su valor artístico.
En cualquier caso ninguna postura es más lícita que otra. El cine es un arte pero, a diferencia de otras formas artísticas, recibe de forma mucho más insistente el ojo crítico y analítico de lo que rodea a la obra en sí. Si analizas un cuadro de forma positiva, aunque el artista haya abusado sexualmente de decenas de mujeres, nadie te va a echar en cara que estás defendiendo a un violador. Pero las personas vinculadas a la industria del cine no gozan del mismo anonimato, son estrellas y figuras públicas que la audiencia siente muy cercanas y, en caso de que defiendas su obra, no va a faltar quien piense que también estás aprobando sus acciones.
Es muy válido y respetable no pagar una entrada para ver una película de una persona denunciada por abuso sexual. Pero de la misma forma es igual de válido seguir viendo y disfrutando de películas que, desde siempre, has admirado sin reparos. Pelearnos entre nosotros sobre si tachar una serie de películas o no es restar importancia a un movimiento que busca algo completamente distinto.