Tanto la literatura fantástica como la de ciencia ficción han sido relegadas, bajo la supervisión de una regla nunca escrita, a un segundo plano en el mundillo de la escritura, siendo consideradas como géneros menores, de fácil consumo y de nulo valor artístico. Con suerte, esta visión ha ido cambiando con el tiempo, aunque en los círculos académicos sigan reticentes. La creación de universos irreales que pueden parecernos verosímiles y, hasta posibles, es un arte que encontró su hueco el siglo pasado en Estados Unidos. Dentro de la marabunta de grandes títulos a elegir, me he decidido por Crónicas Marcianas de Ray Bradbury.
La obra es una colección de relatos que conforman un lienzo común en el que se narra la colonización de Marte por parte de la humanidad, pudiéndose leer cada capítulo de forma independiente y salteada, pero cobra una cariz diferente si los hacemos en el orden seleccionado por el autor. La premisa suena a tópico. Nada más lejos de la realidad, pues la imaginación, originalidad y sentimientos que transmite el libro a través de la sencillez de su estilo, secundado por un buen trabajo de guion, hace que se distancie del género hasta alcanzar una nueva dimensión.
El escritor estadounidense consigue una rara simbiosis al conseguir plasmar un texto que puede ser leído con la misma devoción por jóvenes y adultos sin que pierda la frescura o se haga demasiado infantil, manteniendo una línea clara entre la seriedad y una lectura tranquila y distendida, no por ello banal. Es más, reinventa historias y conceptos. Un ejemplo es el relato Usher II, referencia a La caída de la casa de los Usher de Edgar Allan Poe, en el que coge elementos de la trama y le da un vuelco, manteniendo la tensión y misterio que eran la esencia del original a la par que da su toque.
-¿El nombre de Usher no significa nada para usted?
–Nada.
-Bueno, ¿y este nombre: Edgar Allan Poe?
El señor Bigelow meneó la cabeza
-Por supuesto-gruñó delicadamente el señor Stendahl, con desaliento y desprecio a la vez-. ¿Cómo pude pensar que conoce al bendito señor Poe? Murió hace mucho tiempo, antes que Lincoln. Quemaron todos sus libros en la Gran Hoguera. Hace ya treinta años…
-Ah-dijo juiciosamente el señor Bigelow-. ¡Uno de aquellos!
El uso de los adjetivos es brillante, siendo exactos y necesarios, fundiéndose en la sencillez narrativa, llenando de matices la lectura. Los recursos estilísticos también están bien implementados, otorgándole un aire fantástico y poético a la obra, convirtiéndola en un tratado de como se debe escribir historias cortas. Es decir, convierte los lugares comunes, las situaciones manoseadas y los capítulos de transición en un momento marca de la casa, en el que nunca pasa lo que esperamos. Lo más difícil para cualquier escritor: no resultar previsible.
Los cohetes incendiaron las rocosas praderas, transformaron la piedra en lava, la pradera en carbón, el agua en vapor, la arena y la sílice en un vidrio verde que reflejaba y multiplicaban la invasión, como espejos hecho trizas.
Las aguas negras y cálidas descendían desde lo alto de la calle e inundaban el pueblo, como si se hubiera roto un dique. La marea negra corría entre resplandecientes riberas blancas de las casas, entre los silencios de los árboles.
Un mundo mágico y extraordinario, capaz de atrapar al lector más voraz y experimentado y transmitir emociones, sensaciones y sentimientos típicos de las grandes obras a partir de un estilo sencillo, pero cuidado al milímetro y con un talento poco usual, remarcado por el famoso Jorge Luis Borges: «¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y soledad? ¿Cómo me pueden tocarme estas fantasías; y de una manera tan íntima?».