Nos ha cambiado la vida. Desde el 13 de marzo de 2020 la empatía hacia muchas partes de la sociedad ha sido necesaria a la par que enorme. Pero, ¿a la juventud qué papel se le ha dado? Salimos de forma cautelosa de una crisis que, por lo que escuchábamos, empezaba a arrebatar nuestros sueños y metas. Fuimos personajes principales de un capítulo en el que no servíamos, éramos insuficientes y, según la sociedad, carecíamos de ganas de trabajar. Y, encima, ahora, la Covid-19 viene a oscurecernos el camino un poquito más.
Nos encierran, el miedo por nuestras familias es indescriptible. Nos sorprende una ansiedad vehemente con la que nunca habíamos tenido que coincidir, y la hicimos nuestra compañera. La quisimos tanto que nos saludaba desde el primer momento de la mañana, cuando los informativos auguraban un futuro lleno de desempleo y precariedad, y nos despedía por las noches para recordarnos que éramos insignificantes y que, encima, comenzábamos a ser malas personas.
Aunque la lluvia de información sobre la enfermedad no permitía escuchar otros datos, el 73 % de las personas entre 16 y 29 años sintió la necesidad de pedir ayuda durante el confinamiento, según revela UNICEF. Era un secreto a voces y nadie se percató.
«¿Cuántas veces se ha dado aliento a la generación de un futuro que en el mismo presente ya lloraba por verlo roto?»
Fiestas, botellones, alcohol e irresponsabilidad. ¿Cuántas veces hemos leído que teníamos que cargar con cientos de rebrotes y muertes? ¿Cuántas veces se nos ha pedido precaución y cuidado, sin si quiera saber qué teníamos entre manos? Quizás, la última pregunta es la más compleja, pero, díganme, ¿cuántas veces se ha dado aliento a la generación de un futuro que en el mismo presente ya lloraba por verlo roto?
Disculpen el atrevimiento, pero somos sensibles, en ocasiones débiles, y tenemos muchos más objetivos vitales que salir a divertirnos. Hemos estudiado en situaciones inimaginables para docentes y alumnado. Hemos hablado bajito para no hacer ruido y no tapar lo importante. Y nos hemos callado cuando nos han llamado culpables. El paro juvenil para menores de veinte años, según el EPA, asciende a un 85,2 %, y, pese a eso, seguimos sacando la motivación de lugares inimaginables para demostrar que no somos como nos han pintado.
Por supuesto, hay una parte nefasta a la que no quiero nombrar. A quienes mancharon nuestro nombre con risas, fiestas y faltas de respeto constante. A quienes valoraron más la vida social que un futuro potencial. A quienes no pensaron en su abuela ni en su abuelo. De esa parte, si me disculpan, no quiero hablar, porque son minoría y ya han hecho mucho daño y malestar.
Antes de acabar, me gustaría recordar que la ansiedad, el miedo y la tristeza forman parte de la realidad. Lo que oculta una sonrisa es mucho más grande de lo que puede albergar la imaginación. Por favor, empaticen con nuestra situación, vuelvan a darnos esperanzas y apoyo. Sin juzgarnos, sin poner más piedras en el camino. Háganos entender que somos una juventud apasionante y que es mucho el futuro que nos queda por delante. Háganlo antes de que se acabe, porque ya dijo Darío que este divino tesoro se irá para no volver y una vez marchado poco podremos hacer.