Somos víctimas del fin. La obsesión por dar sentido a cada paso nos conduce a intentar controlar la incertidumbre. Hasta hace algún tiempo, Dios se constituía como fuente hegemónica de respuestas. Ante la caída de esta percepción, el culto al capital se ha convertido en un comodín o alternativa que garantiza la solución de cualquier problema que se presente en la actualidad.
Nuestro día a día está marcado por el dinero. La ropa que vestimos, el camino hacia el trabajo, el café de la mañana, el colchón sobre el que dormimos. Todo tiene un precio. Esta situación se convierte en alarmante cuando, donde unos vemos personas, otros siguen viendo dinero, dejando entrever que ni siquiera la vida es inmune al poder de la moneda, la religión universal donde todo se compra y se vende.
Captan personas, les arrancan la libertad y las trasladan para después comerciar con ellas. En esto consiste la trata de seres humanos, uno de los tres delitos más lucrativos a nivel mundial junto al tráfico de drogas y de armas, donde las mafias reducen la vida a un objeto con valor de cambio. Algunos de los propósitos de estas transacciones son la explotación sexual, los trabajos forzados, la mendicidad, los matrimonios obligados o el servicio doméstico.
El número de víctimas según la UNODC es de 2,5 millones
Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el número de víctimas reconocidas de este tipo de intercambios asciende a los 2,5 millones. Sin embargo, se estima que por cada víctima identificada se esconden 20 sin rostro. Por lo tanto, 50 millones de vidas podrían ‘estar en venta’, siendo las protagonistas de la esclavitud del siglo XXI.
El 79 % de esta cifra son mujeres, captadas para después ser prostituidas o casadas a la fuerza. Un ejemplo más de la cosificación diaria que experimentamos y en la que nuestra dignidad y nuestro cuerpo quedan simplificados a una máquina de reproducción y de placer masculino.
Mientras la batalla de intereses entre los dirigentes políticos acapara la agenda mediática, en España, según el Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado, 23 000 mujeres y niñas están en riesgo de sufrir esclavitud sexual. Pese a los distintos marcos de prevención que se han suscrito a nivel mundial, como el Protocolo de Palermo, ningún país queda al margen de este conflicto. Tampoco las cifras experimentan reducciones significativas, un indicador que muestra que la normativa es insuficiente e ineficaz.
En el informe publicado por la UNODC sobre el estado de la cuestión en 2016 se destacó la relación entre el aumento de los movimientos migratorios de los últimos años y el incremento del número de víctimas de la trata. En consecuencia, muchas de estas vulneraciones se producen a las puertas de Europa. Es el caso de la ruta entre Libia e Italia, que se ha convertido en un auténtico infierno en la tierra, donde las violaciones, las torturas e incluso las subastas de personas están a la orden del día.
“Nadie huye de su casa si no tiene un tiburón dentro”
Sin embargo, a causa del cierre de la ruta de los Balcanes acordado entre la Unión Europea y Turquía en 2016, los migrantes que proceden de Oriente Medio o del África subsahariana ven la alternativa libia desde el prisma de la esperanza. Un punto de paso entre la guerra y la paz, Occidente. Ante el bloqueo de los países receptores, esta esperanza se ahoga en el Mediterráneo, junto a la idea de Europa como cuna de los Derechos Humanos.
A pesar del flagelo que viven los migrantes, las políticas vinculadas a los movimientos de extrema derecha, en auge en los últimos años con triunfos como el de Trump, emiten un discurso de odio hacia quien llega de fuera. Divulgan etiquetas y mitos: “vienen a robarnos el trabajo”, “levantar fronteras implica la entrada de terroristas”, etc. Palabras que se convierten en cadenas, esta vez, simbólicas.
Tal y como afirma la activista y embajadora de ACNUR Barbara Hendricks, “nadie huye de su casa si no tiene un tiburón dentro”. La inmigración no es una causa, es la consecuencia de la desesperación que provocan tiburones como el hambre, la sed o la guerra, en muchas ocasiones, alimentados por Occidente, exportador de armas y principal responsable del cambio climático que, a su vez, desemboca en sequías y malas cosechas.
La gestión de los movimientos de población se convierte en el ejemplo claro de la crisis de prioridades en la que se sume el sistema actual, donde el Sur mira hacia el Norte, pero el Norte no tiene ojos para nadie, solo para sí mismo.