Hace años no había domicilio de estudiante donde faltara una impresora. Era considerado un equipo esencial, una herramienta fundamental o un dispositivo indispensable. La situación ha cambiado y, por un motivo u otro, hoy en día es muy raro encontrar una vivienda con este periférico. Es incuestionable que el fin perseguido por el usuario sigue existiendo y este sencillo razonamiento debe hacer pensar que su uso es tan necesario como antaño y, sin duda, si ese es su pensamiento está en lo cierto. Al menos, estas unidades informáticas continúan comercializándose, es más, son muy fáciles de encontrar. Toda tienda de gran superficie, a escasos metros de la sección de televisión, tiene una estantería dedicada a las impresoras con un buen elenco para elegir. ¿Entonces qué está pasando?
Si se tiene algo que imprimir es porque el sistema está montado así. Existen infinidad de ejemplos que lo confirman: tener que presentar una solicitud, elaborar un documento para los estudios, pagar una factura, entregar un currículum vitae, etc. También es cierto que la era tecnológica ha ayudado a que cada vez sea menos necesario llevar a cabo estas acciones del uso del papel, la tinta y la impresora. Buena culpa de ello lo tienen las mejoras en el software de edición de textos, los ficheros PDF, la incorporación de las sedes electrónicas a las webs de las administraciones públicas, el uso ventanillas on-line por parte de empresas privadas y el gran invento de la firma digital, etc.
Se paga por una estrategia empresarial
Se trata de un mercado que se puede definir como oligopolio, pocas marcas fabrican y distribuyen el producto, así que no es difícil elegir y decidirse por una. Los precios suelen ser atractivos y más si se necesita para la realización de una tarea determinada. Es precisamente ese pensamiento de consumidor nato el que no hace ver ni apreciar el verdadero valor de lo que se adquiere. Se empieza a ser consciente cuando el cartucho de tinta que traía de muestra se acaba (hay que añadir que la muestra no suele venir a plena capacidad). Es entonces cuando se ve la realidad de las cosas: ¿Cómo es posible que el tóner tenga un precio aproximado al del equipo de impresión?; ¿en realidad es necesario que tenga mi trabajo en formato papel?; ¿cuál compro, el normal o el superior XL?; ¿pero cuántos folios puedo imprimir con esta cápsula?
El consumidor comienza a percatarse que se compra a precio de oro, solo que es de color negro y licuoso. Sin embargo, la tinta no lleva un proceso mucho más complicado que la elaboración de la pintura acrílica, por ejemplo. Asimismo, se ha comprobado en el proceso de elaboración explicado por The Printing Ink Company (compañía canadiense). La respuesta, probablemente ajena al consumidor, hay que buscarla en que cuando una persona compra una impresora está pagando de forma inimaginable la estrategia empresarial que existe en el sector. Las compañías se aprovechan de la necesidad del usuario para poner a su disposición un producto asequible, y, donde la ganancia radica en un elemento accesorio del mismo.
No es esta la sustancia verdaderamente cara sino la I+D que lleva en su cápsula. La complejidad y la tecnología implantada en estos recipientes hacen que el consumible sea incompatible con cualquier otro, incluyen sensores y cabezales minúsculos e incluso microelectrónica para procesos complejos de la limpieza de estos últimos que amplían su vida útil. Un asunto aparte y que no se debe obviar son los derechos de patente que recae en cada modelo. Esto los hace insustituibles y además encarece el valor del producto.
A la vista de la situación, se agradece, y mucho, que la era digital continúe avanzando y que cada vez más los usuarios domésticos, estudiantes, freelances, entre otros, tengan menos trabajos para imprimir. Para ello, se necesita que se integren, en todos los ámbitos en los que estos interactúan, las herramientas y aplicaciones informáticas necesarias que lo hagan posible. De esta forma, el oro negro no pondrá precio de lujo a sus letras y escritos diarios.