«Pon a mi hijo», «No tienes ni idea», «No la pases, regatea tú solo», «Ponle ganas. No estás corriendo». Estas son algunas de las innumerables consignas, procedentes de la grada, que se pueden escuchar en casi cualquier partido de deporte base, indicaciones que suelen derivar a discusiones con quienes se dedican a entrenar y arbitrar. Incluso con otras personas que también presencian el partido y con las niñas y niños que juegan. De ahí surge un debate muy recurrente: ¿cuál es el papel de los progenitores en el deporte base?
El poder de influencia que tienen las figuras maternas y paternas es muy fuerte. Su papel en la educación es notablemente superior a la que puede tener cualquier otro. Por tanto, quienes se dedican a dar instrucciones durante todo el partido, aunque lo hagan con su mejor intención, no ayudan en nada, ya que se interponen en la labor entrenadora, dando indicaciones contradictorias en muchas ocasiones y generando una sensación de confusión.
«Padres armadores» y «padres desarmadores»
Marcelo Roffe, en su libro Mi hijo el campeón, habla de «padres armadores» y «padres desarmadores». Los primeros son los que se preocupan y cuidan de lo que hace su primogénito, pero sin añadirle presión a su rendimiento, todo lo contrario a los padres desarmadores que son aquellos que presionan. La presión que estos padres ejercen nace de la intención que estos tienen de proyectar sus sueños en ellos. El problema llega cuando anteponen esto a la felicidad de los niños. La consecuencia es la pérdida de ganas e ilusión del joven deportista de seguir jugando, ya que no lo hace por diversión. Esta actitud es egoísta, pues los padres buscan cumplir sus propias expectativas.
Hasta ahora hemos hablado de presiones, actitudes o influencias, aspectos que tienen una gran relevancia, pero si hay un problema grave y trascendental en el deporte base son las peleas y eso no es una cuestión deportiva, es una cuestión de educación. La escena más lamentable y bochornosa que se puede presenciar en un terreno de juego es la de un padre insultando a un árbitro, a un jugador rival o llegar a las manos. Desafortunadamente, estos sucesos, que dan un ejemplo deplorable, son muy comunes y no representan, para nada, los valores del deporte. La persona que sea muy nerviosa y no controle sus palabras, actos y sentimientos en un evento deportivo lo que debería hacer es no acudir a ellos. Simple.
Pese al tono crítico y de denuncia de este artículo no quiero generalizar ya que, haciendo referencia al término utilizado por Marcelo Roffe, hay muchos «padres armadores» que tienen una actitud totalmente sana y que aportan mucho a la educación deportiva. A todos ellos solo les podemos decir gracias. Gracias por mirar por la felicidad, gracias por no ser egoísta y no buscar cuota de protagonismo, gracias por el esfuerzo, gracias por madrugar cada domingo, gracias por respetar el trabajo del entrenador, gracias por dar ejemplo de los valores del deporte, gracias por ser una pieza clave.