La periodista Mara Torres, en el programa El Faro de la Cadena Ser, comienza habitualmente formulando dos preguntas a las personas entrevistadas. La primera cuestión es qué seudónimo quieren utilizar durante la charla, y la segunda, qué relación guardan con el mar. Hoy, si a mí me hicieran esas preguntas, me llamaría Cayuco. Y no, nunca tendría una relación con el mar como la que guardan las personas que tienen el coraje de embarcar hacinadas en una patera.
Canarias interceptó en los primeros ocho meses del año, en sus costas o en aguas de su entorno, a unas 4000 personas. Desde enero hasta agosto, unas 136 pateras han llegado a las Islas. Solo en septiembre se contabilizan 14. Estas cifras no incluyen, por supuesto, los posibles naufragios, las insolaciones, las deshidrataciones, o los ahogos. Estas cifras no incluyen, por supuesto, el drama humano.
Durante estos días trato de ponerme en el pellejo de las personas inmigrantes, en un ingenuo intento de un ignorante que ha tenido la fortuna de no sufrir ni la diezmilésima parte de lo que sufren esas personas que se dan al mar en embarcaciones masificadas y con remotas posibilidades de culminar la travesía. Y no, tampoco quiero verme en su pellejo.
«El problema no es que les den cobijo en un alojamiento turístico. El problema reside en los discursos de odio»
El debate político y mediático, al igual que las pateras, se acaba escorando. Y sí, siempre hacia el mismo lado. La decisión del Gobierno central, a través de la Secretaría de Estado de Migraciones, y en colaboración con la Delegación del Gobierno en Canarias, de acomodar a unas 300 personas inmigrantes en complejos turísticos del sur de Gran Canaria ha generado muchísimo revuelo. Pero, ¿cuál es el problema?
No, el problema no es que les den cobijo en un alojamiento turístico, que reincorporó, por cierto, a medio centenar de trabajadores del ERTE. El problema no es, desde luego, que las instituciones auxilien a estas personas desamparadas. El problema reside en los discursos de odio diseminados en la sociedad por la extrema derecha y por sus colaboradores necesarios.
No recuperaré en estas líneas los falsos argumentos que construyen estos discursos. Solo aportaré algunos datos. La condición de persona extranjera no es condición sine qua non para percibir automáticamente una prestación. El artículo 14 de la Ley de Extranjería recoge que para recibir algún tipo de prestación de la Seguridad Social y de los servicios sociales es necesario tener residencia legal. De facto, insisto, no existe ningún tipo de ayuda dirigidas exclusivamente a personas extranjeras.
Por su parte, huelga decir que las personas en situación irregular (nunca personas irregulares), al no tener la residencia legal, no pueden acceder a las prestaciones a las que podría acceder cualquier compatriota español. No obstante, sí tienen derecho a servicios y prestaciones sociales básicas para situaciones de emergencia social, gracias a los ayuntamientos y a las comunidades autónomas. Estas ayudas responden a necesidades tan básicas como a la atención social primarias, o ayudas de comedor.
Las personas inmigrantes tampoco disfrutan de ventajas a la hora de acceder a los sistemas públicos de ayudas en materia de vivienda. Tampoco saturan los sistemas sanitarios. En este sentido, las personas extranjeras acuden menos a las consultas médicas que nuestros compatriotas españoles. Y no, tampoco nos contagian la Covid-19: el 91 % de las personas migrantes que han llegado en pateras en los últimos meses han dado negativo en las pruebas diagnósticas.
«¿Cómo de encendido sería el debate si nos gastásemos el mismo importe en pagarles las vacaciones a los reyes?»
El problema es que no nos duele el pellejo ajeno. El problema es que ninguno de nosotros se embarca durante días con el sol golpeando en el totizo. El problema es que ninguno de nosotros cohabita con cientos de compañeros de viaje en carpas improvisadas en el mismo muelle y a ras del asfalto. El problema es que ninguno de nosotros se ve en la tesitura de huir de una guerra, de abandonar su casa, su familia, sus raíces.
El problema es que la xenofobia es, en realidad, aporofobia. ¿Estaríamos discutiendo sobre la conveniencia de alojar a las personas inmigrantes en complejos turísticos de Canarias, si en lugar de personas pobres fueran extranjeros, de tez blanca, de procedencia europea, y con un elevado capital económico? ¿Cómo de encendido sería el debate social y mediático si, en lugar de en migración, nos gastásemos el mismo importe en pagarles las vacaciones (y también las huidas) a los Reyes, en rescatar autopistas, o en pagar a okupas (los de los chiringuitos, claro)?
Fibra óptica y ladillas es un verso de la canción número 7 del álbum Alivio de Luto, de Joaquín Sabina. La canción se llama Mater España. Es una canción sobre las contradicciones y los claroscuros de España. Todavía hoy, algunos discursos en nuestra patria están en contradicción con el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.