La palabra que mejor define la situación de España es incertidumbre. No sabemos cuándo acabará el confinamiento y, sobre todo, cómo vamos a mantener el sustento cuando volvamos a la calle. España es el hobby de Europa y dependemos del resto de democracias para subsistir. La coyuntura actual no solo es producto de una pandemia, también se debe a nuestro sistema económico, que cada año deja miles de víctimas por el camino. Tras esta crisis, el número de damnificados, probablemente, supere al de los que salgan indemnes.
El Estado del Bienestar es el modelo político continental, promete la redistribución de riquezas y la universalización de muchos servicios: educación, sanidad, pensiones, vivienda, cultura o producción. Se sustenta en la recaudación tributaria. A priori, todos salen ganando: garantiza derechos básicos a la ciudadanía, permite enriquecerse y provee de subsidios a los necesitados. Con él, se ensancha el umbral de la clase media para que se consuman los productos de las grandes empresas. A esta clase pertenecen los individuos que pueden soportar la pérdida de trabajo un año. El comienzo de esta depresión deja claro que casi nadie puede aguantarla, las arcas públicas se hipotecaron para ello. Lo que es lo mismo: no existe la clase media. Las cosas que asegura nuestra organización no se pueden cumplir.
Educación gratuita para quien la paga
La primera falacia aparece en la educación. El curso pasado, el precio medio por matrícula en una universidad pública española superó los mil euros, más de la mitad de familias no pueden pagar esta cantidad. Las becas suponen una hipoteca, han de devolverse si no se aprueba una cantidad de asignaturas determinada. Por estas cuestiones, un tercio del alumnado no termina su carrera, según datos de la Fundación BBVA. Asimismo, esto se plasma en nuestra sanidad, ya que según Eurostat en España se gradúan en Medicina unos 6.000 estudiantes al año. En este momento, mientras las UCIs están a punto de colapsar, hay más de trece mil sanitarios contagiados por coronavirus. La escasez de efectivos no es fruto de una emergencia puntual, se debe a que la mayoría de jóvenes no puede estudiar lo que quiere.
El resto de parámetros se desacreditan por sí solos. La población envejece, los trabajadores precarios no se pueden permitir tener hijos y las pensiones se acaban. El fomento del trabajo, en realidad, es la necesidad de trabajar, lo que hace que el asalariado cuide su puesto y el lucro del propietario como si fuera suyo. Además, el domicilio no se garantiza, los desahucios nunca han cesado.
El problema del Estado del Bienestar no es su existencia, al contrario, es la falta de ella. Es una etiqueta inventada por la burguesía, quién verdaderamente gobierna, para tranquilizar a las masas. Hace creer a los individuos que son privilegiados por la abundancia en que viven. El pueblo llano siempre es el primer damnificado de las crisis, en esta no es distinto. Una democracia que nacionalice la banca y la producción no estaría obligada a invertir 200 mil millones de euros para intentar que el pueblo mantenga unos derechos que debería gozar por decreto.