El racismo, la xenofobia y la aporofobia «son conceptos que están muy relacionados», según explica Lucía González Rosas, agente de igualdad. Estos se agravan en el caso de las mujeres migrantes, ya que, como afirma la trabajadora social Cristina Luis Pérez, sufren violencias específicas por el hecho de serlo. Ambas trabajan en la asociación Mujeres Solidaridad y Cooperación, en la que, entre otros, desarrollan el proyecto de servicio especializado de prevención y atención a mujeres inmigrantes y menores en situación de violencia y de sensibilización social para la integración de mujeres inmigrantes. Está financiado por la dirección general de inclusión y atención humanitaria y los fondos FAMI.
Esta organización nace en el año 94, aunque ya existía previamente bajo la forma de fundación. La acción de la entidad abarca el ámbito archipelágico y nacional. Su vicepresidenta, Josefa Débora Hernández, enmarca la labor que cumplen en cuatro tipos: asesoramiento jurídico, social y psicológico; sensibilización y prevención con la población; actos reivindicativos y el piso tutelado para mujeres y menores a su cargo.
Este recurso busca ser la última etapa de su inserción sociolaboral y fomentar la independencia y vida normalizada. Por ello, es más flexible que otros centros específicos para aquellas con casos abiertos de violencia de género. El servicio especializado para inmigrantes, por su parte, se centra en las extracomunitarias en situación irregular o pendientes de obtención de documentación. No obstante, cuando llegan personas con otra situación particular, se trata de buscarles proyectos o entidades alternativas a las que acudir.
«En el proceso de migrar pueden pasar hasta ocho años»
Al hablar de migraciones, Rosas aclara que «son muy diversas. Solemos creer que son de Sur a Norte, pero, realmente, la mayoría son de Sur a Sur». Asimismo, no son un fenómeno actual, sino que son históricas y atemporales. Insiste, además, en que «no solo llegan, sino que también hemos sido migrantes», ejemplificando con la escritora Mercedes Pinto. Fue una canaria que emigró y sufrió violencia de género por parte de su marido, tal y como cuenta en su obra Él, antes de ser pionera en el divorcio.
A la hora de impartir charlas o talleres, lo hacen centrándose en la perspectiva de género, incluyendo lo que Rosas llama «los grandes motivos olvidados» que llevan a migrar. Estos son, a grandes rasgos, la mutilación genital femenina, el matrimonio forzoso, la violencia machista o la persecución por orientación sexual. Las pateras y cayucos suelen ser solo la fase final del trayecto, y la mayor parte de las migraciones se producen por otras vías, como son caminando, en tren o en avión.
«En el proceso de migrar pueden pasar hasta ocho años», añade. Este se divide en tres fragmentos: el motivo, el modo y la llegada. A menudo, las rutas a seguir son largas y se cuenta con pocos recursos para realizarlas. Algo a destacar es la peligrosidad de las fronteras, sobre todo para las mujeres, que a veces se quedan embarazadas sin quererlo tras haber sido violadas, obligadas a casarse o utilizadas como mercancía en la trata de personas y el mercado de la prostitución.
Al llegar al país de destino, pueden darse devoluciones en caliente o deportaciones. Sin embargo, también es posible recibir acogimiento entre la sociedad y, finalmente, lograr integrarse en ella. Sea como fuere, Rosas lo tiene claro: «Cualquiera puede ser migrante. Todo el mundo es potencialmente migrante» ya que, insiste, no sabemos lo que ocurrirá en el futuro.
«No hay un único feminismo hegemónico. Hay muchos muy diversos porque todas somos diferentes»
Las iniciativas que dirigen desde la asociación se enfocan sobre todo hacia la integración de las mujeres y, en función de las necesidades que presentan, se elaboran unas actividades u otras. Pérez explica que lo prioritario es que ganen independencia y «hacerlas protagonistas de sus procesos», pero en algunos casos necesitan asesoramiento personalizado. En parte, por la complicación de la burocracia de extranjería y la importante brecha digital.
Muchas usuarias llegan gracias al boca a boca, y su perfil es muy diverso. Pertenecen a cualquier rango de edad o nacionalidad. Hay quienes tienen estudios universitarios o descendencia y quienes no. Algunas llevan tan solo dos meses en la Isla y otras más de diez años, por lo que ya se han asentado, tienen una red de contactos, familia, amistades e, incluso, un trabajo no regularizado.
Rosas comenta que es precisamente esa diversidad la que hace que el feminismo se pueda concebir de múltiples formas distintas. Al igual que existen muchas mujeres diferentes, también puntos de vista, que están teñidos por los antecedentes culturales, las vivencias previas y otros factores condicionantes.
De cualquier forma, lo que no ponen en duda es que, como indica Débora, «se atiende a toda mujer que entre por la puerta, haya proyecto o no». Y una necesidad bastante común es la de aliviar la brecha digital, «especialmente ahora, con la Covid-19, que todo se ha vuelto telemático», afirma Pérez. Asimismo, otro taller muy demandado es el de la obtención de la nacionalidad, que si bien es un proceso muy largo y enrevesado, se ha agilizado ligeramente con la digitalización de las gestiones.
«Todas nuestras charlas tienen una perspectiva de género y una intercultural. Siempre tiene que haber esos mínimos»
La organización lleva a cabo todo tipo de proyectos de carácter social. En ellos, siempre se incluye una parte de sensibilización a la población, ya sea en forma de campañas, talleres o charlas. Su contenido y presentación difiere según el grupo al que vaya enfocado, como puede ser estudiantes de instituto, ayuntamientos, academias de formación, asociaciones de vecindad o centros penitenciarios. No obstante, todas ellas abarcan una perspectiva de género e intercultural como requisitos mínimos, sea cual sea su temática.
«El patriarcado se va renovando», explica Rosas, para añadir que «es muy camaleónico, como el capitalismo, y va entrando en todos lados. A lo mejor piensas en roles o colores, cosas súper antiguas, y está muy claro. Pero luego vas a los videojuegos, que son algo súper moderno, y es más de lo mismo». Sin embargo, es consciente de la complicación que entraña erradicar esas estructuras y estereotipos «porque son aspectos simbólicos de la cultura que están muy arraigados».
Pérez añade ejemplos de ello, como son los catálogos de navidad, las redes sociales, los menús de McDonald’s o las fiestas de revelación del sexo biológico de los bebés. «Ahí también entra el mito de la libre elección, como ocurre con los pendientes o la depilación. A veces cuesta comprender que, aunque sea una libre elección, está socialmente impuesta», recalca.
Una de sus actividades más demandadas está vinculada al machismo asociado a ciertos estilos musicales. «¿El reguetón es machista?», se pregunta Rosas, a lo que responde: «Sí, por supuesto. Como cualquier tipo de música. Esa es la crítica fácil. Al haber sido una música creada desde el Sur, con tintes de barrio, de ahí sale mucho racismo y clasismo. El reguetón feminista existe, porque puede sonar bien pero con otra letra».
Recuerda que el alumnado, a menudo, se siente agradecido por las charlas impartidas y «las herramientas que les damos para contrastar información y desmentir bulos. Nos dicen que gracias a ellos pueden argumentar frente a los comentarios que escuchan en la calle o en casa». Asimismo, las tres integrantes de la entidad concuerdan en que se nota mucho la diferencia entre los centros que llevan a cabo proyectos y se interesan en la igualdad y aquellos que no lo hacen. No solo a nivel de conocimientos previos, sino, además, respecto a las preguntas y debates que se plantean.
«Hay que trabajar con toda la población para sensibilizar y prevenir sobre violencia de género»
Para que la lucha contra las desigualdades sea efectiva, Rosas incide en que «independientemente de que se trabaje con la mujer a nivel social, jurídico o psicológico, hay que trabajar con toda la población para sensibilizar, concienciar y prevenir». A este respecto, Débora añade que es fundamental que no solo se sensibilice a la sociedad que acoge, sino que hay que incluir la misma labor dirigida hacia las instituciones. Lo ejemplifica con el Foro Canario de la Inmigración, en el que participa Mujeres Solidaridad y Cooperación, pero no hay representación de colectivos inmigrantes.
Además, remarca que, sobre todo en cuanto a racismo, aporofobia y xenofobia, «el trabajo se tiene que hacer con el profesorado, que son agentes socializadores». Y es que, por mucho que el mensaje se transmita y llegue correctamente, «desde la asociación vamos puntualmente, pero esos agentes están ahí en el día a día», por lo que son quienes, al final, transmiten y perpetúan los roles de forma inconsciente.
Aunque existe consenso en que todavía queda un largo camino por andar, y que las nuevas generaciones a veces dan pasos hacia atrás en la deconstrucción de estereotipos, también coinciden en que ha habido un avance. «En la lucha, en la calle, yo recuerdo que éramos cuatro cada vez que asesinaban a una señora», rememora Josefa Débora. «Ahora, nos acompaña mucha gente. Y eso, dentro de lo malo, que no es poco, nos da esperanza para seguir luchando».