Desde pequeños nos han enseñado a relacionar la fuerza con la autodefensa, el golpear con vencer, el recibir con devolver. Pero no. Pegar solo atañe a personas de baja moral. Dando por hecho que vivimos integrados en una estructura humana social y racional, nada de lo que se resuelva por la fuerza podrá ser calificado como logro. Aquí estamos, obcecados en rencor, acechando a la vida con odio, absorbiendo y venerando un individualismo celoso que nos impide avanzar. La vida no busca robarnos el aliento, las personas no sueñan con pisotearnos, ni trasnochan maquinando dulces y macabras formas de eliminarnos. El mundo es un lugar difícil, injusto muchas veces e impasible ante los que abandonan. Pero la fuerza no gana las guerras: enaltecer una guerra es encumbrar la derrota de la razón.
La esencia de las artes marciales se ha desfigurado en grotescos y salvajes enfrentamientos. Las patadas, los puñetazos, los barridos… En definitiva, prima lisiar con brutalidad a desarmar con maestría. Ricardo Jiménez, entrenador de aikido en el Servicio de Deportes de la ULL, nos obliga a descalzarnos para demostrar que hasta la autodefensa no necesita ser violenta.
¿En qué se diferencia el aikido del karate o del judo? “El aikido no es agresivo, no busca golpear al contrincante, sino llegar a su desequilibrio. A través de movimientos circulares se logra controlar al adversario. Y lo hacemos por vías pacíficas. Está claro que si hay que golpear, se golpea, pero la esencia del aikido no reside en potenciar la fuerza bruta sino la estrategia y la habilidad. En las artes marciales japonesas hay mucho choque: shotokan, chito ryu… Aquí se rehúye el enfrentamiento”.
¿Por qué se dice que tiene una gran propiedad terapéutica? “Al ser caídas controladas proporcionan un masaje al cuerpo y mejoran su flujo sanguíneo. También porque se trabaja la respiración y la calma ante situaciones de estrés y porque contribuye a alejar la depresión y la negatividad. Además, mejora la concentración de los estudiantes, se construye una armonía entre cuerpo y mente”.
¿Cree que el aikido ha mantenido su esencia desde que lo fundó? “La esencia, sí. La circularidad, cuidar y respetar al compañero, hacer un uso racional de la fuerza o no utilizarla a menos que sea inevitable son los valores con los que nació y se siguen manteniendo y transmitiendo”.
¿Practican este arte marcial más hombres o mujeres? “Hoy por hoy, casi la mitad de mis alumnos son mujeres. Al ser un arte marcial que no requiere excesiva fuerza, sino habilidad y destreza, las chicas suelen elegir el aikido antes que el judo o el karate. Se trata de coordinar nuestros reflejos con el movimiento, de disuadir más que derrotar”.
¿Es fácil de aprender? “Sí, si se tiene mucha constancia. La dedicación irá dependiendo del nivel al que se quiera llegar, pero no es complicado, es un proceso lento y hay que tener paciencia, voluntad y sacrificio de tiempo. Lo más difícil es desaprender a usar la fuerza muscular, que es a lo que todos estamos acostumbrados. Parece sencillo desde fuera pero cambiar el chip cuesta. Yo venía de fútbol, de natación… y me costó una barbaridad”.
¿Por qué empezó a practicar Aikido? “Sinceramente, porque estaba harto de competir en torneos y campeonatos. Quería un deporte para desconectar. Otras disciplinas deportivas tienen calendario, pretemporada… El aikido, no. Las pretemporadas están reservadas para preparar los exámenes o para ensayar las exhibiciones”.
¿Qué intenta inculcar por encima de todo en sus clases? “Respeto por los demás, respeto por uno mismo y, asumiendo que hacer daño a otra persona no es una opción viable, disfrutar y pasarlo bien”.