Iqbal Masih, un niño pakistaní y esclavizado de doce años, murió el 16 de abril de 1995 de un disparo mortal en la cabeza. El joven había logrado escapar tres años atrás de una fábrica de alfombras en la que se encontraba esclavizado. Realizaba jornadas laborales de más de doce horas en las que se encontraba encadenado al telar que utilizaba. Su padre, que debía costear la boda de su hijo mayor, vendió al pequeño a cambio de un préstamo de 600 rupias, práctica habitual en el país asiático.
Tras escaparse, Iqbal contó su realidad en distintos medios de comunicación. Logró cerrar varias fábricas con la ayuda de un grupo activista en contra de la esclavitud infantil, motivo que le costaría la vida más adelante. Desde entonces, cada 16 de abril se reivindica a toda la población infantil que se ve obligada a dejar de disfrutar sus derechos básicos.
Ahora mismo hay millones de niños y niñas jugando. Y también hay millones de personas inocentes que están siendo explotadas, cosiendo telas para que tengamos variedad de ropa entre la que elegir y limpiando para familias en las que, irónicamente, también hay jóvenes en la casa. Claro está que estos menores que trabajan deben ser de segunda. Niños y niñas sin educación, sin dinero y sin infancia a quienes, en la sociedad actual, se les permite explotar.
«85 millones de menores sufren algún tipo de explotación infantil»
El trabajo abusivo no es la única cara de la esclavitud infantil, también se debe tener en cuenta otros aspectos como la explotación sexual de la población infantil, el reclutamiento militar y los matrimonios forzados. Niños, que deben decir adiós a papá y mamá para cambiar lo que antes era un juguete por una arma de fuego. Niñas que, de la noche a la mañana, se ven presionadas a abandonar su hogar para comenzar una nueva vida con una persona que le triplica la edad.
Según datos proporcionados por Save the Children, 85 millones de menores sufren algún tipo de explotación infantil. Cifras que no representan con precisión la verdadera cantidad porque hablamos de un problema invisible. Cuando pensamos en este colectivo de vulnerabilidad nos viene a la mente países sudamericanos, asiáticos y africanos. Lugares donde la pobreza, el subdesarrollo y la discriminación son protagonistas, y donde es necesario la implementación de políticas sociales para poner fin a esta violación de derechos humanos.
Sin embargo, los países occidentales también juegan un papel en el tema. La grandes industrias buscan mano de obra barata fuera y son sus consumidores quienes contribuyen, de manera consciente o no, a la explotación. Sirven como soporte para que se lleven a cabo estas prácticas ilegales que son denunciables.
La principal dificultad no es el reconocimiento de derechos fundamentales, pues la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ya recogió en 1959 la Declaración de los Derechos del Niño. Lo importante es la concienciación por parte de la población de la magnitud del problema. Que se sepa que lo que sucede no es ajeno a nuestra realidad. Y que el cambio comienza en las acciones pequeñas de nuestra sociedad.