Unas 80 000 personas en Canarias sufren algún Trastorno de la Conducta Alimentaria. Foto: PULL

La cultura de la dieta, una herencia social que incita trastornos alimenticios

Sociedad

«¿He cometido algún error que haga que no merezca almorzar?» o «¿soy lo suficiente buena persona como para merecer comer?» son algunas de las preguntas que Sara Delrieu, a sus 20 años, reconoce tener integradas en su cotidianidad. Como ella, unas 80 000 personas en las Islas sufren algún tipo de Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) según los datos recogidos en el Plan de Salud Mental 2019-2023 del Gobierno de Canarias. Lejos de tratarse de un fenómeno generacional o aislado, está estrechamente relacionado con la conocida como cultura de la dieta.

Aunque por su nombre puede parecer que consiste en reducir las comidas a ensaladas, kiwis y yogures desnatados, lo cierto es que es todo un estilo de vida que condiciona cada una de las facetas de una persona, dañando incluso sus oportunidades vitales y relaciones sociales.

No solo premia la delgadez, la alimentación escasa o privarse de todo placer a la hora de comer; también oprime los cuerpos no normativos, ya sea por motivo de vello corporal, tonalidad de la piel, discapacidades o por ser trans. Además, establece la pérdida de peso como el fin último para obtener la felicidad, al tiempo que clasifica de insano todo cuerpo que se salga de unos estándares definidos de flaqueza.

Un daño socialmente transmitido e interiorizado


La psicóloga sanitaria y experta en psiconutrición Cristina Martín Reina opina que en torno a la cultura de la dieta existen unos hábitos «que la mayoría de las personas tienen asimilados y los manifiestan en su propia forma de ser o de actuar». Ya sea con el comienzo de septiembre, cuando se llenan los gimnasios, o a la hora de salir a comer, emitiendo unos comentarios u otros y teniendo ciertos pensamientos en función del plato que se elija.

Admite que es cierto que las generaciones más jóvenes están especialmente marcadas por los cánones y estereotipos de belleza que se reflejan en los medios de comunicación, publicidad, redes sociales y, en general, por toda la información a la que están expuestas. No obstante, cree que nadie queda al margen de la cultura de la dieta. «Una persona de 60-70 años te puede decir que lleva toda su vida probando dietas y con variaciones de peso. Lo verbaliza con normalidad, sin mucha carga emocional. No quita que le haya afectado, pero es algo normalizado en su vida», concluye.

Una vida marcada por el TCA


A este respecto, Martín suele hablar de los conceptos de permisión y restricción que Sara identifica con su comportamiento: «Lo que comía tenía que ser perfecto, saludable, tener el menor número de calorías, comerlo siempre a las mismas horas. Tenía que ganármelo o compensarlo». Explica que esto comenzó cuando tenía nueve o diez años, y su alimentación estaba cada vez menos supervisada. «Empecé a saltarme la cena, a comer por motivos emocionales y a sentir cambios en mi cuerpo. Se debían únicamente al crecimiento natural, pero sentía que tenía que detenerlos mediante dietas o controlar estrictamente lo que comía», recuerda.

Tanto su infancia como su adolescencia estuvieron marcadas por estereotipos de lo que son los cuerpos bellos, que para ella siempre fueron equivalente de «delgadez extrema y piernas kilométricas. Es lo único que ves en televisión, revistas y música. Es lo que se espera de ti porque la sociedad te bombardea con información sobre cómo perder esos kilitos de más», un concepto normalizado que encierra un potente componente violento.

Hoy, pese a que Sara continúa luchando contra su TCA, «soy consciente de que la belleza es única en cada cuerpo y no un objetivo final, aunque me sigue siendo difícil aplicar esa teoría a mí misma». De hecho, asegura que su relación con su aspecto «ha sido siempre una montaña rusa. Todo se debe al estado mental en el que te encuentras cada día y el control que tiene sobre ti tu trastorno en ese momento».

Es por ello que la psiconutricionista considera de suma importancia normalizar y visibilizar todo tipo de cuerpos. «Es muy frustrante entrar a redes sociales y estar expuesta continuamente a ver cuerpos ‘ideales’, pieles ‘perfectas’, pelos ‘perfectos’…», señala. Ante esta situación, Martín apela a que la gente se fije en su entorno cercano, en la variedad y en los distintos tipos de belleza reales que emanan de personas con un aspecto «diverso, válido y respetable».

Un movimiento reivindicativo en redes


La visibilización, normalización y empoderamiento de físicos no normativos se ha ido convirtiendo, poco a poco, en una parte de la realidad dentro de las redes sociales. Un ejemplo de ello es Mara Jiménez, quien expone situaciones que ha enfrentado y sigue enfrentando debido a su TCA y su aspecto. Lo hace a través de múltiples vías, siendo una de ellas el humor, y que canaliza en series de vídeos como Gente gorda haciendo cosas.

Mara Jiménez denuncia la gordofobia y promueve el amor propio. Foto: PULL

Al igual que otras influencers enfocadas en el mismo ámbito, comparte experiencias, desmiente información falsa sobre salud y trata de dar a entender que cada individuo es un mundo, por lo que los cuerpos sanos e insanos se manifiestan de múltiples formas. Otro ejemplo de ello es Astrid Herrera, cuyas imposiciones con la comida la llevaron a tal punto de delgadez que dejó de tener la menstruación durante dos años, según explica. Después de más de un año progresando con su TCA, logró recuperarla. Hoy, comparte consejos y mensajes positivos a través de Instagram.

Astrid Herrera dedica sus redes sociales al bienestar y la salud mental y física en relación a la comida. Foto: PULL

Aunque este tipo de perfiles son cada vez más abundantes y crecen en seguidores, la lucha contra la cultura de la dieta en todas sus vertientes tiene aún mucho camino por delante. De hecho, Sara Delrieu afirma que uno de los motivos por los que llegó a asimilar y normalizar ciertos comportamientos nocivos fue porque veía que muchas otras personas, sobre todo chicas, también los llevaban a cabo abiertamente. Incluso, dice, «los glorificaban».

«Intentaba convencerme de la satisfacción que puede ofrecerme sentir hambre y me imponía muchas normas absurdas para comer»


Además de contar calorías constantemente y no poder parar de pensar en la comida, destaca otros hábitos muy presentes en su vida: «Intentar convencerme de la satisfacción que puede ofrecerme sentir hambre; ponerme normas como no comer antes de las 16.00 o después de las 18.00; comer un día sí y dos días no; no pasar las 500 calorías por día; modificar los alimentos para que tengan menos calorías, como bebiendo agua con Colacao, etc.». Incluso, añade, aunque con menor frecuencia, provocarse el vómito «o llegar más lejos» para evitar el sentimiento de culpa.

Cristina Martín incide en que «hay que tener mucho cuidado» con las restricciones autoimpuestas, puesto que «cuando comenzamos a restringirnos algo que nos gusta, cada vez lo vamos a desear más. Así, se puede entrar en un círculo vicioso de restricción-sobreingesta» con el que Sara se identifica.

El apoyo y el cambio de enfoque como medios para mejorar


No obstante, poco a poco, va haciendo progresos. Siente que algo que la ayuda es compartir sus experiencias con amigas que también padecen o podrían padecer algún tipo de TCA. «Prácticamente todas mis amigas y compañeras sufren una relación difícil con la comida y su cuerpo», asegura, añadiendo que «la mayoría muestra signos de poder padecer un trastorno alimenticio sin ser conscientes».

Una de esas experiencias que comparte con ellas, y que fue especialmente impactante para ella, consistió en ver fotografías antiguas, de momentos de su vida en que estaba convencida de que tenía sobrepeso, y darse cuenta de que no era así. Hoy, siendo consciente de su diagnóstico, «me asusta porque confirma que he perdido el control de lo que como y de cómo lo gestiono, pero me tranquiliza saber que no me estoy inventando esa voz que lucha contra mí».

Llegar a superar este tipo de trastornos conlleva un proceso muy personal y complejo, en el que se pueden intercalar pasos hacia delante y hacia detrás. No obstante, Cristina Martín considera que se puede comenzar por tratar de eliminar los prejuicios que clasifican los alimentos en «buenos» o «malos», así como cambiar el motivo por el que se hace deporte o se cuida la alimentación. En lugar de enfocarse en la pérdida de peso, apunta al objetivo de abogar por la satisfacción propia y las buenas sensaciones que pueden emanar de ello.

Lo último sobre Sociedad

Ir a Top