El pasado jueves, 7 de marzo, el Auditorio de Tenerife fue escenario de la mágica historia de Rusalka. Una noche en la que imaginación y realidad se unieron para llenar de encanto la Sala Sinfónica. La ópera checa fue compuesta por Antonin Dvoràk en 1901 y cuenta con un libreto de Jaroslav Kvapil. La historia está inspirada en relatos como el cuento de hadas Undine o la sirenita. De la mano de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, la obra celebró una segunda función tras su estreno en las Islas.
En esta ocasión, le representación contó con una nueva versión dirigida por el director austriaco André Heller-Lopes y protagonizada por la soprano Ángeles Blancas que retomó el papel de Rusalka después de 17 años. El espectáculo tuvo una duración de 141 minutos sin incluir los descansos. A lo largo de tres actos, el legado de Antonín Dvořák inundó la sala en un mar de tragedia, desamor y música.
La representación dio comienzo a las 19.30 horas. Con expectación, la gente aguardó en sus asientos hasta que el director musical apareció. El británico Paul Daniel salió al foso de la orquesta acompañado de un cálido y fuerte aplauso. Alzó su batuta, las luces se apagaron y dio por inaugurada la función.
En el inicio del primer acto, se vislumbró un escenario repleto de atriles, instrumentos y al fondo, sentada en una silla, estaba la ninfa Rusalka. Tras una interpretación introductoria emocionante de seis ninfas, la protagonista se quedó a solas con su padre Vodnik, interpretado por el bajo Vazgen Gazaryan. La soprano cantó la devastadora Canción a la luna acompañada por el arpa.
La bruja Jezibaba, interpretada por la mezzosoprano Adriana Bignagni Lesca, ayudó a Rusalka a convertirse en humana bajo dos condiciones: perdería su voz durante su estancia con el príncipe y sería exiliada si no lograba un amor correspondido. El acuerdo se formalizó con la reconocida pieza Cury muy fuk mientras la cantante preparaba la poción mágica.
Tras veinte minutos del primer descanso se inauguró el segundo acto. Lo hizo con un deslumbrante escenario que recreaba las paredes interiores de un Palacio Real. El príncipe, a cargo del tenor Rodrigo Porras, quedó cautivado por la belleza de la cantante en cuanto la vio. Sin embargo, su incapacidad para mantener una conversación enfrió poco a poco la conexión entre ambos.
Rusalka confesó a su padre sus preocupaciones sobre la relación del príncipe con una princesa extranjera, interpretada por Magdalena Anna Hofman. La atracción entre ambos hizo que el monarca rechazara a la protagonista. La decisión provocó el exilio de la ninfa a las profundidades marinas.
El espectáculo llegó a su fin en un nuevo escenario repleto de ruinas navales. La actriz se posicionó en medio del decorado rodeada de sillas amontonadas y atriles quemados. Rusalka, repudiada por los humanos y por su familia, cantó con desesperación y tristeza.
Después de los últimos diálogos de la obra, el príncipe, tras ser rechazado por la princesa extranjera, va en busca de la ninfa. La protagonista le confiesa que un beso entre ellos provocaría la muerte de él. A pesar de ello, el príncipe decidió besarla, enfrentando un destino trágico y devastador para ambos.
Una versión contemporánea
Andre Heller- Lopez quiso reenfocar la estructura convencional de Rusalka. Para ello, pensó en añadir una visión más contemporánea que expresase los problemas de la sociedad actual, tales como la falta de comunicación entre individuos o la evolución del concepto de amor ideal.
El director cambió el escenario del primer y tercer acto. El mundo fantástico de las hadas y sirenas, fue sustituido por una convencional sala de orquesta, con atriles, sillas e instrumentos. Además, la protagonista interpretó a cantante de ópera, que sacrificó lo más preciado que poseía: la voz.