Joseph Cooper en el planeta Miller. Foto: PULL

La relatividad del amor

Opinión

Ya hace más de ocho años del estreno de Interstellar, una de las películas de drama y ciencia ficción más impactantes de la última década. Dirigida por el célebre  director británico-estadounidense, Christopher Nolan, cuenta como de costumbre con giros argumentales que causan un impacto a nuestro entendimiento como audiencia. El filme nos adentra en un universo donde la sociedad se ve amenazada por escasez de alimentos e inmensas tormentas de polvo, en otras palabras, el fin llama a la puerta.

Con esta premisa entra en escena Joseph Cooper, interpretado por Matthew McConaughey, quien además de ser un granjero normal y corriente, también es un piloto de la NASA. Mediante unos mensajes escritos en código binario en el cuarto de su hija, realizados según cuenta por un «fantasma» , se describe una coordenada específica.

Dicho lugar de ambiente oscuro y frío pertenece a una base secreta del Estado. Sin embargo, sería difícil un punto de inflexión entre su familia o el futuro de la humanidad, ya que se le ofrece el puesto de tripulante en la expedición de la nave Endurance. El objetivo de la misión es la repoblación por el universo, sin un billete de vuelta.

Es aquí donde Nolan saca a relucir su marca de identidad. Sus característicos cambios de dirección espacio temporales, y un uso impecable de las tecnologías, como el icónico y fiel agujero negro representado en la obra cinematográfica, aportan un grado de inmersión superior. Como curiosidad, para la grabación se decidió plantar un campo de millo de 500 hectáreas en lugar de usar CGI. Después, todo el cultivo fue vendido y se obtuvieron beneficios.

«No se supone que debamos salvar al Mundo. Debemos dejarlo»

En un tramo del viaje, la tripulación de la nave decide hacer una parada en el planeta Miller para ahorrar tiempo y combustible. Al orbitar muy cerca del agujero negro Gargantua el transcurso de los segundos se vio gravemente ralentizado. Tanto es así que una hora allí equivalen a siete años terrestres. Al grito de «¡Cuidado, hay que salir de aquí!» el equipo se percata que lo que veían no eran montañas, sino enormes olas. Después de momentos de angustia y un retraso del  periodo acordado, logran escapar de forma milagrosa excepto el experimentado piloto Doyle.

Con una maravillosa banda sonora compuesta por uno de los mejores productores musicales de la historia del cine, Hans Zimmer crea un ambiente que me resulta imposible de describir con palabras. La intensidad, el miedo y la avaricia convergen de forma exitosa para recalcar la importancia de la escena.

Tras una infinidad de problemas derivados de cálculos erróneos, Cooper despierta desorientado en una habitación de hospital. Los médicos del centro le comunican que su hija Murph, una reputada física que estaba viviendo sus últimos días de vida, logró hallar la fórmula para salvar a la población de su extinción. Inmediatamente al visitarla se produjo un contraste entre una hija realmente mayor y un padre que por los efectos temporales que había sufrido veía morir a esa niña de ocho años.

«El amor es lo único que somos capaces de percibir que trasciende las dimensiones del tiempo y del espacio».

 

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