Podría transportarnos a cualquier parte del Mundo y, sin embargo, estamos en Madrid. ¿Una decisión fortuita?, quizás. Que estemos en Madrid, nos permite ubicarnos, centrarnos, sentar una pequeña base sobre la que empezar la lectura. El ser humano vive afanado a esa necesidad de tocar tierra, pero la verdad es que Madrid no importa. Podríamos estar en Valencia, en Asturias o en Extremadura y el paisaje de los personajes hubiese sido el mismo. Pero al mismo tiempo, Madrid sí importa. Madrid es una metáfora, Madrid es España, es Europa. Madrid, es el Mundo. Porque esta historia es la historia de miles de historias y merece la pena atravesar sus puertas. Sí, la merece, aunque una vez dentro, será difícil volver a salir.
Resulta muy fácil humillarse en alabanzas hacia lectores consolidados. Tanto como lapidar en críticas a los que aún están empezando. Pero hoy mis palabras no tienen blandura, ni son delicadas por imposición. Lo que os van a contar, prometo, no es más que lo que mi corazón sintió como verdad.
Almudena Grandes Hernández lo ha hecho. Ha conseguido que sus palabras vuelvan a estar hilvanadas por la grandeza de la sutileza y la virtud de saber afrontar la verdad con los ojos. Pero pocas cosas son las que puedo añadir sobre su figura, su proyección literaria o sus publicaciones. Se ha abierto paso en un sector sobreexplotado de producciones editoriales a golpe de obras maestras y Los besos en el pan es otra más de esas historias únicas e inolvidables.
Tres espacios temporales enredan la narrativa de esta novela: el antes, el ahora y el después. En medio de ese eje cronológico tan letal, en medio de esa marea de situaciones, casualidades, fracasos y despedidas, la vida pasa. A veces con sus encantos y otras con sus tantos desencantos. Aunque en ocasiones no pasa. Y simplemente se escapa. Los personajes la miran, cierran los ojos y prefieren dejarla marchar. Primavera, verano, otoño, invierno… No importa el tiempo, como tampoco el día, el mes o el año. Solo su continuo peregrinaje. Un avance lento, áspero y eterno en el que los personajes deberán decidir entre luchar o sucumbir, entre sobrevivir o morir. Y sin embargo, y extrañamente al mismo tiempo, vidas con tiempo cálidos, tiernos e inmortales. Tiempos de pequeñas ilusiones, de pequeños detalles y pequeños grandes momentos. Esos breves infinitos de felicidad que siempre estarán, si aprendemos a observar.
Así está la vida. Hay personas que luchan por sus ideas y personas que, por miedo, las encierran con sufrimiento para ellas. Personas que no están dispuestas a olvidar la luz y personas que ya no pueden, ni saben recordar.
La España de los años treinta, cuarenta, cincuenta y sesenta
Las primeras palabras de la autora navegan por la historia de España de los años treinta, cuarenta, cincuenta y sesenta. Un país desdibujado por la pobreza extrema y el hambre agónica de sus calles anchas y callejuelas. Pero sus palabras no olvidan la otra España. Esa España valiente, con honor, fuerte y rebelde, que ni la guerra, ni la dictadura, ni el terror, lograron domar jamás. Esa España, al fin y cabo, que no podría más que reír ante nuestras actuales hecatombes, pues sabe que no son más que leves contratiempos inherentes a la vida.
El presente del libro es también nuestro presente. Nuestra realidad son sus historias, sus personajes y sus actos. Es presente la crisis, el veneno de la crisis, es presente el desahucio y la injusticia, es presente hablar de paro, y es presente, aunque dé rabia reconocerlo, convivir con maltratadores y niños escuálidos y desnutridos. Es presente luchar por nuestra sanidad, esa que nos prometieron y que tan pronto nos arrebataron, es presente hablar de mafias y estafas bancarias; pero también es presente hablar de todas esas personas que ya no están, esas que lo perdieron todo, que decidieron dejar respirar por culpa de una burbuja de papel, que jugaba a ser de acero.
Por último, solo queda el después. Ese espacio incierto y desconcertante. Los besos en el pan cierra con un pequeño epílogo. Y como es de esperar, la vida avanza, como siempre, con nuevos problemas que afrontar, nuevos recuerdos que almacenar y nuevas personas con las que caminar.
La historia de Luna, la despedida de la madre de Pascual o la bondad de Sofía Salgado
Almudena Grandes consigue lo que sin duda era y es su objetivo: que el lector lo viva, lo sienta y lo entienda. Que se emocione con la historia de Luna, con la despedida de la madre de Pascual o con la bondad de Sofía Salgado. Que se ría con las situaciones tan atópicas y entrañables de Martina y su nieto Carlos, o que llore por esa mujer anónima cosida a puñaladas por su marido. Un asesinato que el barrio consistió, porque nunca se atrevió a entender.
Pero, por encima de todo, que reflexione. Que reflexione sobre el amor, sobre la humildad, sobre la generosidad que a veces habita en los corazones de tantos seres humanos, sobre la muerte, sobre la soledad, sobre el tiempo y sobre lo afortunados que a veces somos, sin querer darnos cuenta.
No es una novela, es una radiografía sobrecogedora de la realidad. Es una historia real, pero a la vez ficticia. Nos enseña a luchar por la vida, por lo que queremos y en los que creemos. Nos muestra su dureza, su falta de tacto y sus intereses gélidos y carroñeros. Nos anima a exigir lo que es nuestro y nos hace entender, que aunque a veces no sea fácil, siempre habrá un pequeño motivo, un pequeño gran momento, un pequeño infinito de felicidad, por el que querer levantarnos al amanecer.
Los corazones pueden romperse y nunca volver a emitir un sonido, pero las voces de los que se fueron y de los que se quieren ir, de los que sufren y, que, sin embargo, se atreven a sonreír, de los que se rebelaron y aún se rebelan, jamás dejarán de latir.