Rafael Guerrero es detective privado, profesor universitario, criminólogo por la Universidad Complutense de Madrid y director de seguridad por la Universidad Rey Juan Carlos. Además, ejerce la investigación desde 1992 mediante la dirección de su propia agencia, Grupo Agency World Inv. Durante todos estos años, la infinidad de casos resueltos a nivel nacional e internacional lo han llevado a pertenecer a asociaciones como la World Association of Detectives en Estados Unidos. Asimismo, el agente ha participado en diferentes congresos y conferencias por todo el mundo, como en la última edición del Seminario Tenerife Noir que tuvo lugar en marzo. De repente, de la lupa a la pluma, Guerrero se convierte en escritor.
¿Qué lo llevó a formarse en este sector? ¿Aspiraba a ser el nuevo Sherlock Holmes? «Ja, ja, ja. Esto viene desde muy pequeño, es una profesión que atrae mucho. Yo creo que todo el mundo tiene una parte de detective dentro, todos hemos querido descubrir secretos y saber más que el otro. Tal vez las películas de James Bond me influyeron bastante. Con 12 años veía que Roger Moore viajaba mucho, de un lado para otro y tenía claro que quería ser como él. Estas fueron mis primeras influencias. Después ya empecé a leer las novelas de Ian Fleming y esto hizo que con 20 años buscara en la Universidad Complutense en Madrid los estudios de investigación privada. Con 23 años me hice detective sin saber lo que me iba a encontrar. Es una profesión apasionante, pero también muy dura, es difícil abrirse camino, aprender las técnicas, investigar hasta conseguir una agencia y tener un equipo».
«Yo creo que mi madre nunca se lo debió tomar en serio»
Normalmente, detective privado no es una carrera típica que escogería la gente joven. ¿Cómo se lo toma tu entorno? «Esto era muy desconocido cuando yo lo estudié. Ahora cada vez es más común porque hay más acceso a los medios, con lo cual la figura del detective privado ya es más conocida y no extraña tanto relacionarse con uno. No recuerdo bien la cara que debieron de poner mis padres, yo creo que mi madre nunca se lo debió tomar en serio. No me preguntaba dónde me encontraba, pero siempre notaba el sufrimiento en sus palabras. Luego existía la típica curiosidad entre los conocidos cuando comentabas que eras detective, había como dos tendencias: la de admiración y después la de los que te ven como un poco sospechoso porque no saben bien qué haces: ‘¿me estará investigando a mí?’, ‘¿me callo porque no puedo decir nada?'».
Cuando pisó la calle y se topó con la realidad, ¿era lo que esperaba? «Recuerdo que me dije ‘Rafa, esto es un aprendizaje’. Los 5 primeros años fueron muy duros y en algún momento quise dejar la profesión. Es una ocupación muy ingrata en la cual muchas veces los resultados no los ves, no los encuentras, no aparecen, pierdes a la persona que estás investigando, etc. Así que me lo tomé como cuando practico yoga, dejé que fluyesen las cosas, y lo que tuviese que ocurrir ocurriría. Simplemente trabajé bien e intenté ir mejorando. Empecé con 23 años, joven, me encontré con un mundo duro, viendo continuamente las caras de las personas, aquello que la sociedad quiere ocultar. Fue una situación que moldeó mi vida posterior».
¿Cuál fue su primer trabajo como detective? «Fue un caso de infidelidad. Es normal, empiezas y es lo más clásico, también quizás era más habitual en aquella época. Una clienta sospechaba que su marido podía serle infiel teniendo una relación extraconyugal y ahí estaba yo, con una vespino siguiendo a esta persona hasta que conseguí descubrir lo que me pedían».
«Tenemos que dar voz a nuestro colectivo»
A partir de ahí, ¿qué recorrido lleva a cabo para llegar a instituciones como la Asociación Mundial de Detectives de Estados Unidos? «Pues poco a poco vas formándote, a través de congresos, conferencias, cursos, etc. Creo en el fenómeno asociativo, tenemos que dar voz a nuestro colectivo. Además, al ser un hombre muy inquieto también, me movía por toda España conociendo a colegas de otras ciudades, intercambiando información, conocimiento, y eso me impulsó a querer abrir otras fronteras. En la Asociación Mundial de Detectives llevo desde el 2005 principalmente porque considero que es necesario no estar tan oculto. Es verdad que nuestra profesión tiene una parte de discreción, pero no va ligado con el ocultismo porque al final, los detectives también formamos parte del sistema judicial español. Somos una herramienta más que tienen los ciudadanos de España en defensa de sus intereses. Es importante ser un buen profesional para no saltarte esos derechos que tiene el investigado».
Y usted lo es, ¿no? «Yo lo siento así, y también lo digo, el tiempo pone a cada uno en su sitio. Puedo cometer errores como todos en la vida, pero intento que sean corregidos y mejorados. Se trata de una cuestión de disciplina, de leer mucho y adquirir conocimientos. Estamos acostumbrados a que las personas hablen y opinen sin tener información previa».
¿Cuál ha sido el caso más relevante al que se ha enfrentado? «Hemos tenido muchos. Al estar especializados en investigación internacional, hemos descubierto desde localizaciones de activos hasta ubicaciones de bienes de personas que debían mucho dinero en paraísos fiscales. Sin embargo, los casos que más me gratifican son las desapariciones. Me acuerdo que encontramos a una persona en Perú que estaba en una ONG y no quería saber nada de la familia, aunque ellos la buscaban por cuestiones legítimas. Los sucesos que resolvemos de desapariciones involuntarias en las cuales ha podido haber una situación trágica de por medio también producen una gran satisfacción».
«Es muy fácil también señalar a una profesión que hoy por hoy está valorada en la administración de justicia»
¿En qué momento de su vida decide crear su propia agencia y qué lo impulsa a hacerlo? «La agencia se crea sola. Conforme vas sacando los casos adelante, confías más en ti mismo, cada vez crees que puedes hacer las cosas mejor y la propia tendencia del mercado te apoya. Observas que necesitas tener una imagen corporativa, una estructura, un equipo para seguir trabajando, etc. Ha sido muy complicado gestionarla por todos estos años de crisis, pero al final tienes que atender a la gente e ir evolucionando. Es una inclinación natural, aunque yo me siento más un detective liberal que un empresario».
Normalmente, los detectives privados son cosas de películas. ¿Cómo es su día a día? «Hay días que sí, son de película; otros en cambio, muy aburridos. Todo va a depender del caso que estemos investigando, de la persona investigada y del entorno, ya que no es lo mismo hacer una búsqueda en Madrid o Barcelona que hacerla en un entorno rural. Pero en condiciones normales, si tienes trabajo de despacho puro y duro se está en la oficina intentando adelantar todo lo que tienes retrasado. Y luego, el día operativo puede empezar a las 4 o 5 de la mañana pensando que cuando iniciamos un servicio siempre se debe estar antes de que esa persona esté levantada y empiece a moverse. A partir de ahí, haces un seguimiento al sujeto para determinar cualquier situación y nuestra vida se convierte en la de ellos. Nuestros horarios se pueden remontar a las 15 horas. Lo que pasa es que con los años ya tienes esa dinámica interiorizada y más o menos sale todo bien. Yo soy una persona muy disciplinada porque es la clave para poder conseguir las cosas».
¿Alguna vez se ha visto en peligro? «La verdad es que varias veces. No excesivamente, pero sí. Durante mi ejercicio profesional, sobre todo, amenazas, como a casi todos los detectives. También es cierto que tomo bastantes medidas de seguridad y autoprotección, por ejemplo, es muy típico que mire hacia los lados al salir de casa por si hay alguien esperándome.».
«La sociedad piensa que somos sospechosos, espías, que nos metemos en la vida privada de la gente. Pero no, eso no es un detective»
Son múltiples las personas e instituciones que acuden a ustedes. Sin embargo, parece que la profesión está infravalorada. ¿Qué opina sobre ello? «La sociedad piensa que somos sospechosos, espías, que nos metemos en la vida privada de la gente o utilizamos datos personales sin control. Pero no, eso no es un detective. Un investigador en España está muy regulado, existe una ley que nos marca las funciones y los límites a donde podemos llegar. Por lo tanto, cuando un agente va a realizar una investigación tiene que firmar un contrato con el cliente y este debe alegar un interés legítimo para que todo se lleve a cabo. Pero bueno, por desgracia, como en todos los sectores, puede haber malos detectives que no aplican el código deontológico y al final nos repercute a los demás. Es muy fácil también señalar a una profesión que hoy por hoy está valorada en la administración de justicia».
Como curiosidad, ¿hay algún momento en el que vuelve a ser persona o sus sentidos no se lo permiten? «Por desgracia, casi siempre voy con los cinco sentidos puestos, ja, ja, ja. Pero te sale solo, no te das cuenta, también por lo que te comentaba de las medidas de seguridad. Hay veces que te relajas, pero no del todo, estás siempre atento a lo que puede suceder».
De detective a escritor. ¿Cómo ocurre esa transición? «Pues la transición sucede en el 2010. Está empezando la crisis, hay muy poco trabajo y a mí me da por escribir mi primera novela. Cuando me juntaba con la gente que no me conocía y decía que era detective, solía convertirme en el centro de atención. Tras bombardearme a preguntas, contaba mis historias, mis anécdotas, de manera positiva, y mucha gente me decía: ‘Rafael tienes que escribir un libro, las cosas que nos cuentas son muy interesantes, ahí hay pasión’. Fue en ese momento cuando decidí crear un personaje. Como aún no era escritor todavía, lo más sencillo es que fuera yo. Me dediqué a novelar casos reales para crear una historia, con personajes y localizaciones que fuesen la base del relato pese a cambiarle los nombres. También debía meter algo de ficción, y así fue. Me costó 9 meses escribir la primera novela, las siguientes mucho más porque evolucioné y me exigía. El objetivo era narrar las memorias de un detective privado real, crear una novela negra en la cual no hubiese muertos ni disparos. Podría definirlo como una autoficción».
Paco Camarasa comenta en el prólogo de una de sus obras algo así como que usted escribe novela insólita y poco habitual dentro del panorama de la novela negra española. ¿Cree que las historias que alejan de la ficción suelen tener más éxito? «No, la ficción debe seguir siendo ficción y la realidad, realidad. Aunque teniendo en cuenta el contexto en el que estamos ahora, la era de los realitys, parece ser que una autoficción es más cercana. Cuando, por ejemplo, voy a un evento o a una conferencia, las personas que me han leído van a ver al personaje directamente, esto es un valor añadido. Yo solo quería escribir, porque al final el éxito hay que trabajárselo».
¿A través de ella está reivindicando el papel del detective? «Por supuesto. Era uno de mis principales objetivos, una de mis líneas de trabajo. Escribir para desmitificar, sin perder glamour, interés o misterio, demostrando cómo es el día a día de un detective privado, español, real, contemporáneo y del siglo XXI. Y que las esperas en los coches con una caja de dónuts también existen en nuestras vidas, ja, ja, ja».
Si tuviese que decantarse por un camino para el resto de su vida, ¿detective o escritor? «Uf, eso es una pregunta complicada. Mientras se pueda compaginar, me quedo siempre con las dos».