Durante estos dos últimos siglos hemos asistido a una increíble evolución de los avances científicos que nos han permitido ampliar en gran medida el conocimiento de nosotros mismos y de nuestro entorno. Si la física fue la ciencia que brilló en el siglo XX, la biología lo es por excelencia en esta centuria con el nacimiento de una medicina científica. Así lo sentencia Bartolo Luque en su libro El mundo es un pañuelo: «El siglo XX fue el siglo del átomo. El siglo XXI será el siglo del gen. La cara serán avances en medicina y en salud sin precedentes. Y la cruz: nuevas armas biológicas que nunca imaginó la humanidad».
Sin embargo, desde siempre existe un conflicto en el raciocinio humano entre lo que es factible y lo que se considera admisible. La aplicación del conocimiento vive en un permanente juicio maniqueísta que empeora si entran en juego las convicciones morales. Hitos como la reproducción asistida, la modificación genética o los trasplantes de órganos han revolucionado por completo el paradigma de la biomedicina y han planteado delicadas cuestiones marcadas por la controversia. La puesta en práctica de técnicas que pueden tener un impacto concreto o incluso global en aspectos esenciales de la vida humana requiere unas pautas concretas y consensuadas que en ocasiones son difíciles de alcanzar.
De la dicotomía entre ciencia y ética surge la bioética. En España se consolida como disciplina a lo largo de los últimos cincuenta años y proliferan muchas publicaciones, seminarios y programas de experto, entre otras cosas, en varias universidades del territorio nacional. Tanto es así, que la Universidad de La Laguna impulsará la décima edición del Máster en Bioética y Bioderecho, dirigido por Emilio José Sanz y cuya preinscripción acaba mañana, 17 de mayo.
La posguerra precipitó el nacimiento de la especialidad
La Bioética es un área del conocimiento relativamente nueva dedicada abordar desde el enfoque de los derechos humanos las prácticas médicas y a construir los principios para la conducta más apropiada con respecto a la vida y al ambiente en el que pueden darse las condiciones adecuadas para la misma. Emilio Sanz, catedrático de Farmacología Clínica y director del Máster en Bioética y Bioderecho de la ULL, la concibe como un intento de incorporar valores intangibles en el manejo de los problemas biomédicos y de todas las ciencias de la vida. Sin embargo, incide en que se centra específicamente en conflictos que afectan a la relación clínica médico-paciente.
Las primeras discusiones acerca de las responsabilidades del científico hacia la ciencia y hacia la sociedad surgen tras la Segunda Guerra Mundial, cuando salieron a la luz los experimentos que los facultativos del régimen nazi llevaron a cabo con los prisioneros de los campos de concentración. A partir de ahí surge el Código de Nuremberg, uno de los documentos más importantes de la ética en la investigación médica.
Para Domingo Fernández Agis, profesor de Filosofía que imparte asignaturas en dicho máster, el origen del término se puede situar en Estados Unidos, durante los años setenta. Sin contacto entre ellos, Van R. Potter y André Hellegers recurrieron por primera vez a este concepto.
Principios básicos para la solución de problemas bioéticos
Los enunciados de los investigadores del Kennedy Institute of Ethics en 1971 sentaron las bases de los principios básicos para alcanzar las soluciones a los dilemas bioéticos. El primero de ellos es la autonomía, que consiste en respetar la voluntad y la libertad de decisión de las personas afectadas. El segundo es la beneficencia, es decir, buscar siempre un resultado beneficioso para los seres humanos a los que se aplican los nuevos descubrimientos y tecnologías biomédicas.
El tercer principio es la no maleficencia, cuyo fin es no hacer nada que pueda empeorar la situación clínica de un paciente y, por último, la justicia, que pretende fomentar la actuación siguiendo pautas que hagan posible el justo reparto entre las personas afectadas de los beneficios que aportan las nuevas tecnologías biomédicas.
Bajo estos principios, los temas más comunes que se debaten en este campo de la ciencia se refieren a las consecuencias de la investigación científica, a los fundamentos éticos de la propia experimentación, a la dignidad de los seres humanos a los que se aplican los avances biomédicos y a las consecuencias sobre el futuro de la especie humana y el resto de la naturaleza que tal progreso pueden tener.
No obstante, Sanz considera que el eje central es el respeto a las personas, así como la obligación que tienen los profesionales sanitarios de poner el interés del paciente por delante del propio. «En el fondo es mantener una relación de confianza con el paciente sustentada en el reconocimiento de la conciencia del médico que va a actuar con estos principios», subraya el catedrático.
Sanz relata que hace veinte años apenas había comités de investigación clínica y los pocos que existían se estaban formando con personas altruistas, pero con poca formación. Además, no había ningún Comité de Ética Asistencial en los hospitales. En aquel momento, el profesor Carlos Romeo Casabona, catedrático de Derecho Penal, la profesora María José Amérigo, que entonces era una médico internista del Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria, que se había formado en Bioética en Canadá, y él mismo, junto con el Hospital Universitario de Canarias y la Facultad de Medicina, se plantearon la necesidad de montar un curso de formación para instruir a médicos, enfermeros y demás personal sanitario para que pudieran formar parte de los Comités de Ética Asistencial.
Como la movilidad entre islas es relativamente cara, asumieron que no era viable establecer un máster estándar presencial, por lo que llevaron a cabo un proyecto absolutamente piloto en España de un Máster de Bioética online. Ahora mismo llevan ya diez ediciones, con una gran cantidad de estudiantes en todas ellas y lo más relevante es que muchos están implicados, en la actualidad, en otros programas de formación dentro de su ámbito profesional.
La bioética puede cambiar radicalmente la asistencia sanitaria
Las revoluciones en la ciencia se han visto enfrentadas en innumerables ocasiones con la opinión pública imperante. La eutanasia y la reproducción asistida en combinación con la edición genética mediante la técnica CRISPR son cuestiones que están a la orden del día.
La filósofa española Victoria Camps lanza la siguiente pregunta: «¿Qué pasa cuando el dolor es insufrible o la calidad de vida está bajo mínimos y el hombre quiere hacer uso de su libertad para acabar la vida?». Interrogantes como este suponen un gran desafío no solo para la práctica profesional, sino también para la superación de los sesgos morales que permanecen en la sociedad del siglo XXI.
Sanz divide esta disciplina en dos grandes áreas: la bioética de la prensa y la bioética del día a día. «La primera se refiere a los temas muy llamativos como la utilización de embriones para las células madre o el suicidio asistido en pacientes que no quieren vivir. Esos son temas que venden mucho en la prensa, pero que no tienen un gran recorrido bioético porque están muy estudiados ya», explica.
Pero el tema fundamental de este campo es la bioética del día a día. Para el experto, consiste en saber cómo manejar las preferencias de un paciente que está ingresado, los valores y las expectativas que tiene alguien ante una enfermedad, comprender cómo esas situaciones influyen en las relaciones familiares y personales, conocer cuándo es necesario parar el tratamiento porque estamos prolongando la agonía antes que salvando la vida y cómo eso hay que incorporarlo en la atención sanitaria, ya que la pueden cambiar radicalmente.
Un saber accesible y pluridisciplinar
Fernández Agis, en su interés por profundizar en las conexiones entre la ciencia y la filosofía, centra su línea de trabajo en estudiar las implicaciones que tiene el progreso científico sobre la dignidad humana y la propia definición del ser humano y llega a la conclusión de que la bioética «se trata de un saber pluridisciplinar, que exige para su desarrollo tanto elementos tomados de la filosofía como otros propios de las disciplinas científicas implicadas en cada caso concreto. Es un saber práctico, una ética aplicada y no una disciplina especulativa. En ella ha de buscarse un equilibrio entre lo filosófico y lo científico.»
Por otro lado, señala que «el fin último que persigue es la aplicación responsable y basada en criterios éticos de los avances científicos en el ámbito de las ciencias biomédicas». Sanz añade que hablar, discutir y leer son los pilares del desarrollo de la bioética, pues «solo así se puede llegar a fundamentar las decisiones que uno puede llegar a tomar cuando se enfrenta a un dilema de este tipo».
La evolución da la razón de ser a la vida. Sin embargo, un progreso sostenible en el que la ética profesional se tenga en cuenta es posible a pesar de las discordancias. Una concepción de la medicina que no solo cure, sino que también cuide al paciente y al ciudadano se percibe en la comunidad de profesionales de la salud de extrema importancia universal para seguir avanzando en la erradicación de la palabra «enfermedad».