Julia estaba harta de que Roberto le mintiera hasta en las cosas más nimias del día a día. A ella le daba igual si se había tomado una cerveza o dos o si había comido pollo o pescado… Le sacaba de sus casillas descubrir que le ocultaba hasta las verdades más fáciles de contar, ¿por qué lo hacía? ¿qué había hecho ella para perder su confianza? Eran preguntas imposibles de resolver, pero lo que Julia no sabía era que su marido tenía una enfermedad: era un mentiroso compulsivo.
La pseudología fantástica es un trastorno que afecta a 1 de cada 100 adultos y está ligada a una alteración en la personalidad del individuo. Según un estudio realizado por neurocientíficos de la Universidad de California del Sur, el cerebro de los mentirosos compulsivos es ligeramente diferente de las personas que suelen decir la verdad: muestran hasta un 26 % más de sustancia blanca en la corteza prefrontal. Es decir, tienen una mayor capacidad cognitiva para procesar las mentiras y manipular.
La salud mental y la existencia de alteraciones es un tema del que no suele hablarse en la sociedad, a pesar de que estas son más frecuentes de lo que imaginamos. Cuando hablamos de este trastorno, se relaciona con un aspecto negativo de la personalidad del individuo, nunca como una posible enfermedad. Para el mitómano, la mentira es su forma de relacionarse e incluso puede llegar a sentirse más cómodo mintiendo que diciendo la verdad, aunque no tenga motivos aparentes para hacerlo. Aunque parezca la trama de una película protagonizada por Jim Carrey, estas fantasías tienen una seria repercusión en la vida de en los mentirosos patológicos que, sin quererlo, siembran la desconfianza en la gente de su alrededor pudiendo perder su trabajo, su pareja, su familia y sufrir aislamiento social.
El perfil de un mitómano esconde un problema de baja autoestima y dificultad para las relaciones sociales. La carencia de concienciación social, junto a los prejuicios y actitudes negativas hacia este colectivo empeoran la situación, llegando los pacientes a sufrir depresiones y consumir tóxicos para mitigar su angustia. A pesar de sus serias consecuencias, este trastorno del comportamiento no ha sido estudiado minuciosamente ni está catalogado como enfermedad, de hecho, es un terreno desconocido para la mayoría de la población. La preocupación por este trastorno es mínima y parece que lo seguirá siendo hasta que finalmente a alguien le crezca la nariz.