Abdoul Hamann muestra una mirada dura. Se sienta y entrelaza las manos. Salió de su país, Guinea Conakry, en 2009. Dejó atrás un lugar tranquilo, sin conflictos políticos. Tras recorrer Francia, Portugal y Suiza llegó a Tenerife, isla en la que lleva viviendo cinco años. Actualmente, trabaja como operador de residuos urbanos en el PIRS (Arico). El motivo principal por el que dejó su tierra natal fue para «buscar una vida mejor y prepararme un buen futuro», puesto que acababa de terminar sus estudios de Bachillerato.
Son muchos los que perciben la inmigración como una amenaza. Sin embargo, destaca convencido que algunas de las personas que emigran hasta el Primer Mundo «no solo vienen a robar».
Discrepa también en cierta medida con la imagen que se da en los medios de comunicación sobre la inmigración ilegal. «Colaboro con Cruz Roja y no viajan hasta aquí tantas personas como se muestra. Además, sé que la mayor parte de los que llegan en patera desde Camerún, Costa de Marfil o incluso Guinea, no quieren quedarse». Especifica que prefieren irse a otros lugares como Francia, donde dominan el idioma.
«Si alguien no puede vivir seguro en su propia casa, está obligado a ir a otro lugar»
Fronteras. Al oír esta palabra la mirada de Abdoul Hamann deja en un segundo plano la severidad y se torna incrédula. Expone que para él «son una forma más de discriminación». Comenta también convencido que es imprescindible mejorar la situación social de África, puesto que, «si alguien no puede vivir seguro en su propia casa, está obligado a ir a otro lugar».
Cuenta con conocidos africanos que han trabajado en España durante más de veinte años. «La gente solo piensa en que soy extranjero, pero no en si yo he trabajado en el tiempo que llevo en este país. Si estoy aquí y tengo el derecho de tener una ayuda económica o un médico, tal y como ellos, es porque he hecho algo para conseguirlo».
Además, expone que en los años que lleva viviendo en la isla de Tenerife no se le ha regalado nada: «Cobré una ayuda hace un año cuando me dejaron en paro. Pero como una persona de aquí, ese dinero fue por mi tiempo de trabajo, no por ser de un país con menos posibilidades».
Cierra los ojos, como si buscara abstraerse por unos segundos. Sin necesitar más preguntas que lo orienten, califica de «insensibles» a los que niegan la mano a los que llegan a las costas europeas en busca de ayuda: «Si yo hubiera estado en esa situación, habría querido que alguien me valorase», subraya.
«Algunas personas te tratan como si les hicieras daño solo por ser negro»
Pese a no haber estado bajo el estigma de «inmigrante ilegal», confiesa que sí se ha sentido odiado en alguna ocasión, aunque le resta importancia: «He aprendido a no dejar que me afecte. Pero es como si por venir de otro sitio tuviéramos que competir todos los días para ganarnos el respeto de la gente. Algunas personas te tratan como si les hicieras daño solo por ser negro. Tener a alguien de fuera al lado les molesta».
¿Por qué ocurre esto? La duda se instala en su rostro. Tras un momento, vuelve la fuerza a su vista y la voz a su boca: «Yo siembre lo digo así. Solo se ve el color. Si es blanco, bueno. Si es negro, malo. No importa que yo haya venido legalmente a España y tenga todos mis papeles en regla. No importa nada más que no sea la piel», declara.
Frente a la crisis migratoria que se vive actualmente, Abdoul Hamann aboga por la empatía, puesto que «si la gente no desprecia a un europeo, tampoco debería hacerlo con un africano».
«La esperanza, aunque no sea una medicación, da vida. Y los inmigrantes cuando llegamos a otro lugar, más que dinero, certificados de residencia o seguridad social, necesitamos esa esperanza». Con esta declaración, pone punto final a la conversación. Y enseña una sonrisa que no llega a extenderse del todo.