Las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o el Parkinson producen un deterioro paulatino en el habla, la memoria o el movimiento. De ahí que quienes lo sufren se consideren dependientes y cuenten con ayudas de distinto tipo en función del grado de desarrollo de la afección. Gran parte de las personas mayores con dependencia terminan en centros de atención sociosanitaria porque no tienen otra opción.

«El problema llega si no cuentas con el dinero suficiente para pagar un centro privado»

El problema llega si no cuentas con el dinero suficiente para pagar un centro privado. La espera para una plaza puede ser hasta de cuatro años y, en muchos casos, ni siquiera llega a tiempo. La alternativa para estas personas es esperar en la cama de un hospital, viendo con impotencia cómo día a día la enfermedad avanza cada vez más. Ni siquiera se pueden asegurar unos cuidados básicos para quienes tienen una pensión mínima.

La Ley de Dependencia es la encargada de regular el procedimiento pertinente. Las personas valoradas con el tercer grado carecen de autonomía y necesitan apoyo continuo, sin embargo esto no es posible siempre. La falta de instalaciones, de personal cualificado y de organización por parte de las instituciones ha derivado en colapso. No se ofrecen soluciones rápidas porque no las hay. Nadie tiene respuestas y, recordemos, hablamos de la salud y bienestar de miles de mayores.

No hablamos de un problema aislado. En España más de 800 000 personas sufren Alzheimer. Esta y otras enfermedades neurodegenerativas no tienen cura, pero podrían frenarse con tratamiento y terapia. Mientras la situación no cambie, estamos condenados a la mera espera. Pues, al fin y al cabo, todos somos dependientes de alguna manera. Dependemos de la suerte y, sobre todo, de nuestra situación económica.

Son numerosas las funciones cognitivas en las que interviene el juego.  La profesora de Neuropsicología de la ULL María Antonia Nieto considera que su práctica es una forma de activarlas. Por ejemplo, tiene un componente lingüístico como parte de la memoria sintáctica y otro ejecutivo porque se necesita de la retroalimentación para mantener una estrategia adecuada que permita adivinar la palabra en un número limitado de intentos. Además, solo se puede jugar una vez al día y, por tanto, no resulta adictivo o repetitivo.

Al involucrar sistemas cerebrales, podría ser un ejercicio útil dentro de un programa de estimulación para personas con enfermedades neurodegenerativas. Como resalta la doctora, «cualquier intervención en relación a frenar estas afecciones debe comenzar en las fases tempranas del proceso neurodegenerativo, cuando el deterioro todavía es leve y puede ser ralentizado».

En España, alrededor de 988 000 personas padecen este tipo de enfermedades. El Alzheimer es la más común y se ve con más frecuencia en mujeres que en hombres, pero también existen otras como la esclerosis lateral amiotrófica (ELA)  o la Enfermedad de Huntington. La mayoría no tiene cura, por eso es tan importante un diagnóstico rápido acompañado de la planificación de actividades como puede ser este juego.

Utilizar este tipo de entretenimientos en el entorno educativo

Wordle actualmente se encuentra disponible en inglés, español (con una versión con tildes más difícil) e incluso adaptado a distintos dialectos como el canario. Un profesor en Aragón ya lo utiliza en sus clases de primaria y la respuesta del alumnado está siendo muy positiva.

El juego ha motivado la creación de otras variantes que van más allá de las letras como una versión matemática (nerdle), otra con mapas e incluso con canciones (heardle). Todos comparten la misma dinámica y pueden ser ejercicios mentales alternativos que cubran otros ámbitos y que ayudan a ejercitar distintas partes del cerebro.

María Antonia Nieto no cree que se pueda hablar de un método educativo en sí, pero puede ser una actividad motivante para jóvenes. «No tanto por la tarea en sí misma, que en lo esencial no es novedosa, sino porque su presentación digitalizada y el interés que está despertando puede servir para enganchar. Además, puede enriquecerse si se plantea como una actividad en equipo», comenta la experta en Psicología.

Al ser preguntado por el campo de su estudio, Pereda señala que se engloba dentro del área de la neurociencia, específicamente la neuroprotección. «Tenemos que entender qué pasa cuando el sistema nervioso se deteriora con estas enfermedades y por qué los mecanismos naturales que tiene el cuerpo para prevenir que eso pase no funcionan bien con la edad», añade.

El investigador explica que uno de los focos del estudio es la proteína p73. Dicha sustancia hace dos cosas opuestas. Tiene una función apoptótica, mata células de forma controlada, y otra neuroprotectora, es decir, protege a las neuronas de que sufran daños tóxicos por productos químicos, golpes, etc. «Entre ellas existe un equilibrio, nosotros intentamos estudiar cómo es ese equilibrio, qué factores lo perturban y cómo está eso involucrado en el progreso de enfermedades neurodegenerativas», aclara.

A pesar de que la eliminación de células es un fenómeno natural necesario, pues ayuda a la formación de órganos y a combatir el cáncer, pueden provocar enfermedades si se descontrola. Sobre este aspecto Pereda destaca: «en el caso del alzheimer, al igual que pasa con otras patologías, la isoforma que mata células está disparatada. Esto provoca que el cerebro pierda células y se cree una falta de comunicación entre neuronas que terminan muriendo también».

Procedimiento y objetivo

Para entender cómo afecta la proteína y sus funciones son usados modelos animales. «Los organismos que se utilizan como modelos tienen cierta similitud con los humanos, ya que es más fácil trabajar con sus tejidos celulares y luego extrapolar las conclusiones a nuestra especie», explica. En este proyecto están siendo empleados roedores transgénicos a los que se les han quitado genes para que la proteína p73 se produzca en menor cantidad. Eso permite comparar los ratones modificados y a sus hermanos control, evaluando así los cambios en estados de ánimos, deterioros en los tipos de memoria y movimientos.

Dentro del avance en este campo, Pereda hace hincapié en lo largo que son los procesos de investigación, con duración estimada de dos o tres años y que se centran en zonas muy específicas de la ciencia. «Al final y si tienes mucha suerte, tus trabajos en colaboración con los de otra gente empiezan a dar una idea general de lo que está pasando y cómo se pueden buscar soluciones», comenta.

Como fin último destaca el que cree que debería ser una de las motivaciones principales para desarrollar esta actividad: la mejora de la calidad de vida de la gente. «Si somos capaces de saber cómo se lleva a cabo ese desequilibrio podríamos ser capaces de detectar que se está padeciendo muy al principio de la enfermedad», afirma el investigador. En esta línea explica cómo parte de la problemática de estas patologías es que tienen síntomas tan leves que no se diagnostican en exámenes médicos corrientes, son subclínicas. «Si se desarrollaran herramientas para un diagnóstico precoz efectivo se podría tratar mejor y supondría también un ahorro en el gasto de su tratamiento», asegura.