Laura Marrero y Julia Vigara. Foto: P. B.

Un movimiento que reconforta y alienta

Sociedad

Laura Marrero: «No entiendo el mundo sin la danza»

La propia definición de danza la sitúa como un elemento de gran valor educativo. El arte es un medio que sirve para expresarse, para comunicarse con los demás, así como para favorecer el desarrollo personal. En este contexto, Laura Marrero lidera desde 2013 Danza en Comunidad, un proyecto que incentiva la integración de diferentes colectivos de la sociedad a través de los procesos artísticos. Por otro lado, Julia Vigara es la encargada de coordinar la iniciativa dentro del Centro Penitenciario Tenerife II.

El programa está a cargo de Tenerife Danza Lab (TDL), un laboratorio de creación del Auditorio de Tenerife que trabaja con el cuerpo como objeto de análisis y con el movimiento como lenguaje de investigación. A través de su área pedagógica, esta formación propone encuentros para dar a conocer su labor profesional y acercar la cultura a todos los segmentos de la población, procurando establecer diálogos intergeneracionales.

A lo largo del curso, Laura Marrero y su equipo brindan la oportunidad a numerosas personas de mejorar su lenguaje corporal. Trabajan con entidades comprometidas en la defensa de los derechos de quienes tienen problemas de salud mental y sus familias, con asociaciones que fomentan la participación infantil y con plataformas que atienden a mujeres en situación de prostitución o víctimas de trata, entre otros.

La creadora artística recalca que es importante llevar la danza a cualquier tipo de colectivo, no solo a aquellos en exclusión social. «Nos estamos olvidando de la expresión del cuerpo», afirma la bailarina. Explica que el arte parte de la experiencia sensible, de lo existente y que, en un mundo cada vez más tecnificado, lo artístico es urgente al ser una forma de manifestación del ser humano.

«La forma de actuar dentro del proyecto varía en función del grupo de trabajo»


Las sesiones de Danza en Comunidad son muy permeables al tener como base la danza contemporánea, la cual permite capacidad de improvisación. Marrero alega que «la primera parte de la sesión está marcada por un entrenamiento que dota a las personas de conocimientos que les permitan expresarse a través de su cuerpo». A partir de ahí, que es cuando da inicio la parte creativa, el guion comienza a construirse dando lugar a la pieza final. Añade que la parte técnica y la imaginativa se retroalimentan entre sí.

En la prisión, un espacio limitador de libertades, aprender a expresar con el cuerpo ideas, emociones y sentimientos acaba siendo una necesidad. En palabras de la coreógrafa, «este entorno propicia en la población reclusa una absorción brutal de información y una apertura increíble que genera nutrición enseguida». Además, Marrero apunta que «me gusta acudir al centro penitenciario. Me llama mucho la atención la entrega de este colectivo y su capacidad de generar valores».

Julia Vigara es quien coordina la iniciativa dentro de la Institución. El papel que desempeña como educadora a la hora de poner en marcha este tipo de actividades culturales va desde buscar la manera de animar a las personas recluidas a querer participar hasta ayudarles a romper barreras y prejuicios.

«La inversión del centro penitenciario en programas formativos es mínima»


Vigara subraya que hay muy poca dotación de recursos en el ámbito carcelario. «El proyecto Danza en Comunidad está financiado por el Auditorio de Tenerife. Sin embargo, las personas que acuden a realizar otros talleres vienen sin remuneración», apunta. No obstante, expone que «encontrar voluntarios es más fácil de lo que podría parecer porque la gente tiene un corazón de oro».

La educadora aclara que la Institución penitenciaria contribuye solventando los gastos de las salidas programadas cuando se permite presentar el resultado del grupo en el exterior o mediante la cesión de espacios y de tiempo. «Sería mucho mejor si hubiera un apoyo mayor», sentencia.

A pesar de las dificultades, Julia Vigara aprecia en su día a día que este tipo de intervenciones generan un proceso de transformación en la población reclusa. La funcionaria, emocionada, expresa que los talleres existentes generan en la persona interna un espacio de autoconocimiento y de libertad al sentirse dueños de su vida.

Añade que una de sus ideas es llevar un registro de la gente que participa en las actividades fijándose en quien vuelve a reincidir en la delincuencia. Está convencida de que «la cultura es una herramienta muy válida de reinserción social».

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